Año CXXXV
 Nº 49.372
Rosario,
domingo  27 de
enero de 2002
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Nueva era

Eduardo Haro Tecglen / El País de Madrid

Este caudillo cristiano libanés, Hobeika, mató con sus manos y las de sus milicias, no menos cristianas, unas setecientas personas musulmanas, palestinas, en un campo de refugiados. Mujeres, niños y ancianos, se decía: o sea, no combatientes ni armados. Pasaron muchos años, y ahora en Bélgica se quiere juzgar al primer ministro de Israel, el general Sharon, por aquellos crímenes, que fueron cometidos con su anuencia, quizá por su orden: él era el guardián que no sólo dejó matar, sino que luego no dejó entrar a quienes trataban de socorrer y recuperar heridos. El asesino cristiano iba a declarar contra él en ese juicio que va a ser imposible: le han matado. Fuera testigos. Oigo la noticia junto a otra: una radio me cuenta que Estados Unidos estudia la posibilidad de romper las relaciones con Arafat. En razón de que es un terrorista.
En septiembre, cuando el desastre de las Torres -por los asesinos musulmanes-, Bush declaró que estaba decidido a crear el Estado palestino: ahora ayuda a deshacerlo. O a crear otro, un Estado bajo protectorado de Israel. Un compañero me cuenta de otro que llega de Ramala: la casa donde vive Arafat sin poder salir ni a la ventana está rodeada de más de veinte tanques de Israel. Los cañones apuntan a cada una de las habitaciones. En un momento, la casa entera podrá volar por los aires: el destino de los terroristas designados. No describo nada nuevo: vivimos sobre cementerios de asesinados.
Lo que cuento es algo más grave: la rotura de una civilización basada en una moral y una ética, en un honor y unas leyes que trataban insensatamente -por imposible- de meter piedad donde sólo había fuerza: aunque sólo fuera por un juego de reciprocidad. Siempre he creído que moral y ética, y honor y piedad, y otros sinónimos, eran una creación del Poder para que los que no lo tienen no los agredieran. La manera en que ellos mismos declaran que hasta esa época ha terminado es lo realmente significativo. Es el desastre en que nos vamos hundiendo, es el tiempo en que le quitan a la justicia la venda de los ojos: que mire bien a quien mata, no vaya a ser uno de sus inventores. Hubo uno que decía que "el fin justifica los medios": pero ¿cómo se justifica el fin? Otro dijo que no hay límites en la defensa de la libertad, pero ¿de qué libertad?


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