Mañana se cumplen veinticinco años de la muerte de Benito Quinquela Martín, un pintor que recibió tanta adhesión popular como cautela a la hora de juzgarlo por parte de gran parte de la crítica especializada.
Nacido en Buenos Aires en 1980, Quinquela Martín fue uno de los artistas plásticos más reconocidos en el barrio porteño de la Boca, pero también expuso en Nueva York, Roma y Londres. Su amor por el barrio y su actitud solidaria lo llevaron a donar terrenos para la construcción de un teatro (De la Rivera), el museo donde fuera su casa, un jardín maternal, una escuela primaria y un instituto odontológico.
Rosario tuvo un valor especial para el artista, ya que muchos sostienen que "nació" para el arte en 1918, cuando se expuso un cuadro suyo en el Salón de Otoño de la ciudad cuando en los salones de Buenos Aires se rechazaban sistemáticamente sus obras. Recién una década después, hubo críticos que aventuraron a considerar, -cuando las exposiciones europeas le abrieron sus puertas- que el mundo conoció por los cuadros de Quinquela "una expresión genuina del espíritu argentino".
Vida sufrida
El pintor convivió durante mucho tiempo con el dolor y la carencia. Fue abandonado a poco de nacer en las puertas de el Hogar de los Expósitos porteño. Solamente lo acompañaba un mensaje: que se llamaba Martín y que había nacido el 1º de marzo. Un matrimonio de carboneros apellidado Chinchella (de donde deviene el Quinquela) lo adoptó.
Obligado a trabajar prematuramente como estibador en el puerto, enfermó muy joven de tuberculosis. Sin embargo, en medio de las carencias y dificultades, su pasión por el dibujo, y más tarde por el color, lo llevó a buscar afanosamente el camino de la formación artística por todos los medios a su alcance.
Hubo figuras clave en su recorrido, como Alberto Lazzari, su primer maestro -en cuyo taller conoció a Faustino Brughetti, Fortunato Lacámera, Arturo Maresca y Juan de Dios Filiberto-; Pío Collavadino, director de la Academia Nacional de Bellas Artes, y Eduardo Taladrid, su primer mecenas.
Para el recuerdo, además de sus pinturas, se conservan en el museo del barrio de La Boca en Buenos Aires, sus muebles y enseres particulares, su caballete, sus réplicas de barcos, algunos de los mascarones de proa que coleccionaba, la talla austríaca de la Virgen que lo acompañó siempre, sus trajes y bastones de contraalmirante de la República de La Boca y de Gran Maestre de la Orden del Tornillo.
Veinte años antes de morir, Quinquela pintó su propio ataúd con vibrantes colores, ya que el artista sostenía: "Si en vida he estado rodeado de colores, a la hora de la muerte, quiero irme rodeado de colores".