Año CXXXV
 Nº 49.372
Rosario,
domingo  27 de
enero de 2002
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Son la cara visible del sistema: escuchan reclamos y a veces son amenazados
El corralito puso a los bancarios al borde del ataque de nervios
El aumento de trabajo y la presión de los furiosos ahorristas se convirtieron en un cóctel explosivo

Carina Bazzoni / La Capital

"Hay que quejarse. Si no te quejás no te tratan bien". La certeza se repite por estos días en las colas interminables que se extienden en la city rosarina. Tanto como los clientes que llegan al banco pertrechos como para enfrentar una guerra. Y las municiones se disparan contra el primer empleado que se cruza en su camino. Es que el corralito no sólo afectó a los ahorristas, los bancarios también deben pagar su precio. Y lo hacen con creces.
Por supuesto, en la cabeza de quienes no pueden retirar sus ahorros o se vieron obligados a pesificarlos no entra que quien los está atendiendo lleva un mes y medio trabajando a destajo. Que hizo en diciembre un mínimo de 60 horas extras mensuales, sin contar los sábados. Que ha tenido que posponer sus vacaciones. Que sobre su escritorio se estacionan pilas de trabajos sin terminar. Y, sobre todo, que no son culpables de la situación.
"Es que, por momentos, somos la cara visible del sistema financiero, de la bancarización, del corralito, de la reprogramación de los depósitos y la gente está muy nerviosa", dice un empleado del banco de Boston.
La semana pasada, un empresario de la construcción se presentó en el banco Suquía pidiendo retirar fondos de su cuenta. Escuchó la explicación de que sus ahorros estaban congelados y se fue. A los minutos volvió con una veintena de trabajadores explicando que si no le dejaban mover el dinero no les podría pagar. "Fue muy tenso, por un momento tomaron el banco y parecían dispuestos a todo", recordó una empleada.
Y esta forma de protesta se repitió el viernes en la sucursal del Bisel del Paseo del Siglo. En el local de Pellegrini al 1400 de esta misma entidad no se vivieron días más tranquilos: un cliente llegó a amenazar de muerte a una empleada. "Es que muchos se resisten a pesificar sus cuentas a 1,40. Tenemos la mejor onda para explicar que no podemos darles dólares, pero a veces no podemos evitar los ataques", se lamentó la agredida.
Con este clima, no es extraño que en las distintas entidades se sucedan desmayos, cuadros de altas o bajas de presión o taquicardias. "Ya hemos visto de todo. Ahora estamos intentando convencer a los bancos para que contraten a un especialista en medicina del trabajo para que los empleados tengan herramientas para defenderse de la presión", indicó el titular de la Asociación Bancaria, Luis Ortega.

"Llamen al gerente"
Las autoridades jerárquicas de los bancos no la pasan mejor: "Llamen al gerente" es la primera frase que profiere un cliente ofuscado. Y en algunos casos, ni la presencia de contadores, tesoreros o hasta directores puede evitar el incendio.
"Al tesorero han llegado a decirle de todo, lo más amable fue «inoperante». Al gerente lo amenazaron con destruir el banco. En el fondo saben que ninguno de los dos puede tomar la decisión de devolverles el dinero, pero buscan a alguien con quien descargarse", indicaron en el Suquía.
El contador del banco Nación ya tuvo que ponerle el pecho a dos cacerolazos. En el primero sólo atinó a pedir silencio explicando que, de esa forma, los empleados no podían trabajar. Pero el gesto pareció de una delicadeza inadecuada y le valió una catarata de insultos.
Aun en aquellas entidades donde aseguran "que hasta ahora no ha habido mayores problemas", saben que en cualquier momento se puede encender la mecha y ya están entrenados. "Ni bien alguien levanta la voz lo llevamos aparte para que no cree un clima de psicosis", aseguró un empleado del banco de Santa Fe.
En un buen día, las anécdotas que tienen que vivir los bancarios los pueden convertir en el centro de una reunión familiar. "Algunas pueden llegar a ser tragicómicas", aseguró un ejecutivo de una entidad pidiendo absoluta reserva. Sin embargo, al instante mostró la otra cara de la situación. "Cuando llego a casa lo primero que me advierte mi mujer es: «Ni quiero saber lo que te pasó hoy en el banco»".
"En parte es comprensible, la gente está desesperada. Pero nosotros vivimos al borde de un ataque de nervios", concluyó.



Ellos la pasan mal porque "la gente está muy nerviosa".
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