Año CXXXV
 Nº 49.368
Rosario,
miércoles  23 de
enero de 2002
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Editorial
Perspectiva de la protesta

Desde hace más de un largo mes, una particular e inesperada forma de protesta se ha instalado en el país: el cacerolazo. Esta nueva forma de manifestación adoptada por los sectores medios del pueblo argentino se caracteriza por su horizontalidad y estruendosidad: originándose en un punto cualquiera, se extiende por contagio hacia todo lo largo y lo ancho de una ciudad con la consecuencia de que nadie puede hacer oídos sordos a los ecos metálicos que viajando de barrio en barrio convocan a toda la ciudadanía a unirse al reclamo por sus derechos usurpados. Como se sabe, la fuerza y la efectividad de este mecanismo masivo y pasivo de protesta quedó de manifiesto con la renuncia de un ministro de Economía, dos presidentes y, por estos días, sabemos que el gobierno de Duhalde parece medir el impacto negativo de cada una de sus medidas según la intensidad de los cacerolazos.
Pero lo que comenzó por ser una modalidad espontánea de protesta puramente ciudadana, que lejos de aceptar algún embanderamiento político o sindical, parece surgir fundamentalmente como forma de rechazo y repudio de toda la clase dirigente, con el correr de los días, terminó por convertirse en la forma generalizada bajo la cual la ciudadanía se autoconvoca para manifestar todo tipo de descontento, desde lo económico y lo social hasta lo jurídico.
Es evidente que el "cacerolazo" puso de manifiesto, en primer lugar, una crisis de representatividad en la Argentina que casi no encuentra parangón en la historia institucional del país. Los partidos políticos, que deberían ser la instancia natural de contención y trascendencia de los reclamos populares, revelan una orfandad de iniciativas y una ausencia de referentes verdaderamente desoladoras.
Sin embargo, la forma en que se presenta este estallido participativo nos debe hacer reflexionar sobre las perspectivas de cambio que puede ofrecer esta nueva forma de democracia directa. Se convoca desde alguna vecinal, de un barrio o entidad para rechazar el actual estado de las cosas que perjudica a un sector determinado, pero lamentablemente, esa protesta no siempre se traduce en una propuesta alternativa a la "solución" aportada desde el gobierno.
Sería interesante y esperanzador si esta necesidad de participación pudiera pasar a ocupar los espacios públicos de una manera aún más eficaz, de modo que su reclamo no quede en un simple grito en el vacío o que pueda ser capitalizado por sectores oportunistas. Institucionalizar el malestar ha sido siempre la forma más racional y productiva. Ya sea reformando las instituciones que nos representan o creando nuevas organizaciones. Hoy existe en los argentinos el convencimiento de que la Argentina debe ser refundada. El ciudadano debe entonces participar activamente en la construcción del nuevo modelo de país que desea, informarse en profundidad de las cuestiones del Estado, de sus derechos y obligaciones, y pasar de los reclamos generalizados en la vía pública a la construcción de ideas concretas en su ámbito de vida.


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