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Intérprete: Prince (voz e instrumentos varios).
Músicos: John Blackwell (batería), Najee (saxo y flauta), Larry Graham Jr. (bajo), Hornheadz (vientos) y Milenia, Mr. Hayes y Femi Jiya (coros).
Sello: NPG Records.
Para comprender el último álbum de Prince, "The Rainbow Children", habría que tratar de explicar cómo uno de los músicos más influyentes de los años 80 se volvió un pesado contratiempo desde mediados de los 90, aún con algunos chispazos esporádicos y cambios de nombre incluidos. Pero esa es una historia demasiado larga para este espacio, entonces hay que encarar el asunto a los cachetazos: "The Rainbow Children" es uno de esos discos innombrables en la carrera de todo genio adorado.
El compacto había sido anunciado como "una vuelta a lo natural, a lo primitivo", un trabajo muy diferente al disco anterior de Prince, el fiestero y saludable "Rave Un2 The Joy Fantastic". Pero "The Rainbow Children" resultó un álbum para la almohada, que aburre y hasta irrita. ¿Es una simple broma o una prueba para ver hasta dónde podemos aguantarlo?
A "The Rainbow Children" hay que escucharlo para sufrirlo. Es más aburrido y más falto de sustancia que el triple "Emancipation" (lo que ya es mucho decir). Los temas de cuatro minutos parecen durar una eternidad, y los que se extienden a unos incomprensibles 9 ó 10 minutos... es cosa de héroe terminar de escucharlos. Lo peor es que acá no hay ninguna búsqueda, ni siquiera una pretensión de cierta experimentación. En el disco todo es capricho y formulita repetida disfrazada de concepto y canción desestructurada.
Lo de conceptual pasa por una especie de cruzada que mezcla la biblia con el calefón, las divinidades con el sexo. Menos mal que el disco no trae las letras, porque con el texto que se expande en el booklet alcanza y sobra. Las canciones, además, como si fueran algo tan especial, están divididas por "capítulos".
El primer capítulo lleva el nombre del disco. Desde ahí ya aparece una voz procesada, grave y fantasmal, que intenta desarrollar un relato a lo largo de todo el compacto. La canción es un pastiche de 10 minutos que amontona jazz de salón sin swing para bostezar, improvisaciones varias y coritos de aires religiosos. La siesta sigue con la balada soulera "Muse Z The Phenaoh", con un piano jazzero y la voz de Prince en un estado al menos reconocible. "Digital Garden" te despierta con la percusión pero después te duerme con el relato.
El espíritu religioso reaparece en el hímnico "Everywhere" y en el empalagoso "Last December". Para seguir durmiendo están "Family Name", otro pastiche de 9 minutos, y el funk de "The Everlasting Now" (8 minutos), donde el moreno convoca a la fiesta ("Join the party") cuando ya es demasiado tarde. El sexo se percibe en "The Sensual Everafter", tal vez la balada más grasa que haya compuesto Prince en toda su carrera, y en la efectiva "Mellow", casi un suspiro perverso.
En el medio del desierto hay algunos oasis, pero son trabajos menores. "The Work Pt. 1" es un funkito básico, demasiado James Brown, y en "1+1+1=3" descansa el Prince que influenció a Fito Páez y Charly García. Recién con "She Loves Me 4me" llega el gran alivio, al fin una balada con el sello de la melodía y la voz del príncipe que brilla.
Prince parece estar en un laberinto del cual no puede escapar, ni en busca de más excentricidades ni de nuevos horizontes musicales. Para colmo, su capacidad de reciclar sus inventos tampoco aparece en este disco. Lo más probable es que la estrella siga rezando con sus cánticos, aunque por ahora ninguna oración pueda salvar a "The Rainbow Children".