Año CXXXV
 Nº 49.357
Rosario,
sábado  12 de
enero de 2002
Min 21º
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Furia y confusión en los bancos, eternas colas y caos en el tránsito
Infierno en las calles en un viernes de verano
La ciudad se pobló de caras de fatiga, mal humor e indignación, con un calor que aportó lo suyo

Laura Vilche

"Infierno. Cómo pasar las vacaciones haciendo cola y matándose por un numerito". Este podría ser el título del best seller más popular de la Argentina de los últimos días. En los bancos, las casas de cambio, las dependencias públicas, los consulados de Italia y de España, las paradas de taxis, las colas que comienzan a la madrugada y se extienden hasta entrada la tarde son ya un padecimiento cotidiano. Ayer los rosarinos, con más de 30 pegajosos grados desde las 11 y un sol que rajaba la tierra, también sufrieron largas esperas en hilera. Fue un viernes negro: la fatiga, el mal humor y la indignación fueron tres constantes dibujadas en la cara de la gente.
Para sobrellevar el castigo algunos se armaban de abanicos con pretensión de diseño español. Otros se apantallaban furiosamente con los impuestos, se abrían camino a los codazos para poder entrar a las dependencias con aire acondicionado, o bien, se abocaban a leer. Tal el caso de Alicia, una empleada administrativa que esperaba su turno acalambrada para adherirse a la moratoria provincial en el API (Tucumán 1853) mientras seguía los consejos de vida de "El peregrino", de Pablo Coelho.
La espera era a pura confusión. Muchos no tenían claro por qué se paraban en un lugar de la fila, pero por las dudas conservaban el turno y esperaban. Eso pasó en los bancos, donde el corralito se fagocitó los dólares de la gente como un Páckman. Por ejemplo los de María, una jubilada con cara de agobio que quería recuperar sus ahorros y suplicaba ante sus compañeros de fila: "Que me den dólares, pesos, lo que sea. Pero que me den algo".
Y la misma confusión se vivió en la API. La gente se refería a la situación con dos palabras gastadas por estos días: "despelote" y "caos". Bastaba entrar a la dependencia provincial para quedarse enredado entre desprolijas filas que nadie entendía muy bien dónde comenzaban y terminaban. Desde una de ellas se escuchó un comentario irónico. "Con tantas horas de espera acá nos hacemos de amigos, novios y en cualquier momento empezamos a hacer hijos".
El microcentro tampoco se salvó del infierno: el tránsito fue caótico por la falta de inspectores municipales que estuvieron de paro. Allí también hubo espacio para las escenas confusas y grotescas: bastaba caminar por la peatonal rosarina para sentirse en medio del Cambalache de Discépolo. Vendedores ambulantes a diestra y siniestra ante la falta de control municipal y el cruce de las dos peatonales que parecía un verdadero bosque. Los arbolitos vendían dólares a 1,70 y la gente refunfuñaba, insultaba a los políticos, se compadecía, se resignaba y se amontonaba en busca de una cotización que les salvara el viernes negro.



Los rosarinos, agobiados por el corralito y el calor.
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