| | Editorial Un poco de alivio
| No son estas, en la Argentina, épocas donde abunden las buenas noticias. La grave crisis económica que se tornó social y política, y arrastró consigo -masivos cacerolazos de por medio- a dos presidentes constitucionales, no ayuda precisamente a que las portadas de los matutinos estimulen el deseo de vivir. En ese marco complejo, donde la queja se convierte en la única descarga posible de la gente (aunque tal reconocida predisposición nacional ayude muy poco a mejorar las cosas), la decisión del gobierno que encabeza Eduardo Duhalde de flexibilizar el irritante y odiado "corralito" de los depósitos bancarios contribuyó a despejar, aunque más no sea en parte, las espesas nubes que cubren el horizonte. Más allá de eventuales coincidencias o comprensibles disensos, la sensación que se ha adueñado de quienes observan con atención los acontecimientos es de que el elenco que tiene ahora entre sus manos la delicada responsabilidad de conducir el país en tan críticos momentos se ha decidido a tomar el toro de la economía por las astas. La situación actual, tal como se lo ha sostenido reiteradamente desde esta columna, no brinda margen para equivocaciones. Literalmente, quienes gobiernan la Argentina se hallan sentados sobre un barril lleno de pólvora. Por conveniencia propia, pero también en beneficio de la Nación toda, deberán cuidarse mucho de aproximar un fósforo. En tal sentido, los pasos que se adoptaron han sido dados en un bienvenido marco de consenso político y cautela. El costo de los errores del pasado, lamentablemente, ha sido y seguirá siendo pagado por quienes no fueron partícipes en ellos. De ese hecho, justamente, pueden dar fe los pequeños y medianos ahorristas, que vieron cómo el capital del cual disponían quedaba súbitamente preso en las garras del mismo sistema en el que habían confiado. Las medidas anunciadas ayer aflojan en parte los nudos que aprietan a la gente. Pero la mayor parte del camino está aún por recorrer. La devaluación impactará ineludiblemente sobre los precios, y será necesario que los consumidores extremen sus recaudos para contribuir en la ríspida tarea que constituye su control. Es de esperar que en compensación, tal como se lo asegura desde ámbitos oficiales, mejore la competitividad de las exportaciones. Se avecinan épocas duras, de transición entre una economía y otra. El rígido corsé de la convertibilidad se ha evaporado. Ojalá que, tras un período inicial de comprensibles turbulencias, el barco pueda recuperar el rumbo perdido.
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