Año CXXXV
 Nº 49.351
Rosario,
domingo  06 de
enero de 2002
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El psicoanalista analiza las palabras de las quejas cotidianas
Miguel Ferrero: "Con el corralito el Estado infantilizó a la ciudadanía"
Dijo que con el cacerolazo la clase media convirtió un instrumento hogareño en uno de protesta

Laura Vilche

"Estamos en crisis", "este es el peor momento que nos tocó vivir", "estoy harto de oír quejas y hablar siempre de lo mismo". Las frases salen con fastidio de la boca de los argentinos por estos días. El psicoanalista Miguel Ferrero, miembro de la Escuela de Psicoanálisis Sigmund Freud de Rosario, analiza esos comentarios para La Capital. Convencido de que la palabra alivia y es el mejor instrumento para tramitar la angustia que se vive, Ferrero apela a la creatividad, a gestos como el cacerolazo, donde "la clase media resignificó un instrumento hogareño en uno de protesta".
-Es común escuchar que «estamos en crisis». ¿Es la crisis la palabra que explica cómo nos sentimos ante tanto cambio político, económico y social?
-Está bien dar especificidad a las palabras. En situaciones difíciles como las que vivimos necesitamos de las palabras porque nos permiten reflexionar, hablar con otros y acercarnos a los demás sin que medie una situación de violencia que vaya más allá de lo que las propias palabras pueden sostener. La palabra crisis tiene varios significados, uno es el de ruptura, algo con aspectos positivos y negativos. Cuando alguien está en crisis, rompe con valores, creencias y los referentes de siempre. Pierde seguridad, tranquilidad y se queda ante un futuro que parece incierto. Se entra en un estado de inseguridad donde lo que nos sostenía ya no sostiene. Esto pasa en este momento con el dinero: un sostén de nuestra sociedad nos permite tener y pensar qué hacer con eso que tenemos. Ahora falta el dinero, no sabemos cuánto vale, falta ese sostén.
-¿Y que implica para la gente esa falta de sostén?
-Incertidumbre. Es que yo me reconozco como persona en la estabilidad de los objetos que me rodean. Si un día salgo de mi casa y la panadería de la esquina no está más y si la calle cambió de dirección o no tiene ninguna, o sea, si las cosas dejaron de ser lo que eran o de estar donde estaban, el sujeto se pregunta: «¿Quién soy yo?». Y si encima esos cambios no los hizo uno, la pregunta inevitable que sigue es: «¿Qué quieren de mí?, ¿quiénes son estos otros que deciden por mí y ante los cuales no tengo demasiados elementos de defensa?». Entonces, si se tienen en cuenta como coordenadas la incertidumbre, la irracionalidad, la inestabilidad y la pérdida de la lógica de la vida cotidiana, podemos decir que están dadas todas las condiciones para que nos pensemos en un estado de angustia. Y esto es lo negativo de la crisis. La vivencia es de desamparo.
-¿De orfandad?
-Exactamente. Algo como lo que siente un chico ante la pérdida de los referentes paternos. Lo que angustia es que se reproduce una escena crítica del pasado, un trauma que todos vivimos alguna vez y superamos con nuestros recursos. Pero, además, hay una acción de infantilización del Estado hacia el ciudadano. Pensemos en la palabra corralito: ¿a quiénes se pone en el corralito? A los bebés. No digo que el Estado tenga la intención de tratarnos como infantes, digo que es una lectura posible.
-Y entonces, ¿qué es lo positivo de la crisis?
-La posibilidad de crear. Porque no se trata de analizar sólo lo que uno padece en este momento sino de ver qué se puede hacer con lo que uno padece. El cacerolazo fue una salida creativa en medio de la crisis. Un ruido que remite a la palabra «basta», a un basta de estar sometido a la decisión de otro que no me tiene en cuenta. Una expresión de la clase media que hizo sonar lo guardado, eso que no está a la vista en una cocina, que no se ve. Pensemos en la cacerola: una palabra femenina, un utensilio del hogar, donde se hace de comer. Un instrumento hogareño que la gente resignificó en uno de protesta.
-O sea que la salida es la creatividad.
-No hay una sola salida, pero si uno es responsable no debe engañarse. Sin entrar en un optimismo ingenuo, no puede dejar de ver, pensar y saber qué pasa.
-¿Por qué mucha gente repite que vivió muchos momentos malos pero nunca uno como este?
-Bueno, efectivamente no hay nada más terrible que lo actual porque es el momento vivenciado. Además, de lo malo del pasado uno por suerte se olvida. Pero no debemos pensar de manera apocalíptica, creer que estamos en el peor de los tiempos porque así no hay posibilidad de vida. A mí por ejemplo me preocupa la denostación absoluta de la clase política. Porque se tiende a meter todo en una bolsa, se generaliza, y esta es la mejor manera de no pensar. Se cree que sabiendo lo que es uno se conoce todo lo demás. Generalizar es ocultar la falta de saber, creer que sabiendo de uno puedo saber de todos y que para muestra basta un botón. La totalidad nos ubica cerca del término totalitarismo.
-Los argentinos decimos estar cansados de hablar de la crisis y sin embargo no podemos dejar de hacerlo. ¿Por qué?
-Si no hablásemos de un tema tan decisivo pensaríamos en que se padecen dificultades psíquicas complejas. Cuando repetimos mucho algo estamos tratando de elaborar un problema. ¿No es que acaso ante la muerte reciente de un ser querido necesitamos ir al cementerio? ¿O por qué un chico pide una y otra vez que se le cuente un mismo cuento de terror? Esto es para poder simbolizar lo que nos da miedo, lo desconocido, lo que nos deja perplejos. Para aliviarnos y darle un marco a la angustia. Por eso en el psicoanálisis trabajamos sosteniendo que lo esencial son las palabras. Cuando uno le puede poner palabras a lo traumático, le deja de poner el cuerpo, o sea las crisis hipertensivas, palpitaciones y tantas cosas. Puedo lograr comprender cuestiones como de qué poderes de un otro dependo. Así, mi sometimiento es menor y consecuentemente mi malestar, ante las preguntas angustiantes de qué van a hacer de mí y de lo mío.



Ferrero analiza la sensación de desamparo de la gente.
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