Año CXXXV
 Nº 49.351
Rosario,
domingo  06 de
enero de 2002
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Reflexiones
La canción es la misma

Alberto Dearriba

Desde antes de las elecciones que perdió en 1999, Eduardo Duhalde venía proclamando la necesidad de reconocer que el modelo de mercado furioso, consolidado durante el menemismo, estaba muerto. Pero difícilmente se haya imaginado que llegaría a la Casa Rosada en medio de urgencias sociales tan imperiosas que lo obligarían a esbozar un nuevo patrón de acumulación en pocas horas.
Duhalde supo de entrada que de un lado están los capitales financieros y las empresas de servicios públicos privatizadas, con su enorme poder desestabilizador. Y del otro, los excluidos y la empobrecida clase media, dispuestos a abalanzarse sobre las góndolas o a esgrimir las cacerolas.
El nuevo presidente no tuvo tiempo para los devaneos ideológicos, los subterfugios, las ambigüedades y las dilaciones. Ni siquiera debió apuntar a construir consensos que sostuvieran sus decisiones. Debió decidirse en horas.
El discurso que pronunció el viernes el presidente Duhalde ante los industriales y el plan de emergencia que envió a la Cámara de Diputados, demuestran que optó por atender antes las urgencias de los perdedores del modelo, en lugar de satisfacer la voracidad de los ganadores.
No tuvo tiempo para vacilar, pero tampoco lo necesitó. Si bien Duhalde no desconoce el poder desestabilizador de los poderosos, el sentido común le indicó que sólo un cambio inmediato podría descomprimir la caldera social y salvar a la Nación de un probable baño de sangre.
Duhalde se propone como el referente político de la desflecada burguesía industrial local, para disputarle el poder a los sectores financieros de la vieja alianza sostenida durante los gobiernos de Menem y De la Rúa.
Del discurso duhaldista brota con claridad la vieja idea peronista de una alianza de clases bendecida por el Estado, para disputarle el poder a los sectores de capitales más concentrados, habitualmente vinculados a intereses extranjeros.
Pero el viejo proyecto de Perón se asentaba en la incipiente burguesía nacional de entonces, en la clase obrera que ha sido reducida a su mínima expresión y en un Estado que ha sido desguazado.
Sin embargo, algunos historiadores sostienen hoy que la Argentina de principios de siglo XXI es "preperonista", por lo que -aggiornado- el viejo proyecto de conciliar los intereses nacionales parece tener renovada vigencia.
Con un tipo de cambio desfavorable para las exportaciones, lo que quedó de la industria nacional después de la demolición, depende casi exclusivamente del mercado interno. Pero la capacidad de consumo interior también fue dinamitada por la aplicación de las políticas neoliberales.
La nueva alianza social que pretende encarnar Duhalde necesitará en consecuencia realimentar la demanda interna con mejores salarios y más empleo. En ese esquema, los trabajadores -ocupados o desocupados- pueden aparecer como una tercera pata del trípode, funcional al proyecto que comienza a insinuarse.
Pero los movimientos sociales no se construyen a partir de un presupuesto, sino que son el resultado de la aplicación de una receta política. Juan Domingo Perón creó un fenomenal movimiento de masas que incluyó a la burguesía nacional, a los trabajadores y al Estado, sin anuncio previo. Raúl Alfonsín proclamó en cambio de antemano el Tercer Movimiento Histórico y sucumbió en medio del incendio de la hiperinflación.
El nuevo presidente de los argentinos apuntó los primeros pasos en la dirección correcta. Pocos dudan hoy que había que cambiar.
Ninguno puede esperar que la salida del desbarajuste organizado por los profetas del mercado sea indolora. Pero algunas señales incluidas en el plan de emergencia enviado por Duhalde al Congreso indican que, por primera vez en muchos años, los platos rotos no los pagarán sólo los asalariados.
El proyecto, que fue bombardeado por los grupos económicos más concentrados, omitió algunas precisiones acerca de cómo se desmontará la trampa del modelo; el plan de emergencia sólo señala la puerta de salida del viejo modelo. Mucho menos esboza el proyecto de un nuevo patrón basado ahora en la producción. Pero después de una década de escuchar el canto de los trovadores del mercado, no pocos argentinos detectaron que ahora hay un gobierno que al menos anuncia que entonará otra canción.


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