Año CXXXV
 Nº 49.351
Rosario,
domingo  06 de
enero de 2002
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Vacaciones en una granja de Luján
Cultivar hortalizas y ordeñar vacas son algunas de las experiencias que se viven en la granja Viva El Planeta, en la provincia de Buenos Aires

Las torres de la basílica de Luján quedan atrás cuando el auto dobla y avanza por un camino bueno y corto que lleva hasta la tranquera de la granja Viva El Planeta, un campo rodeado de pinares. Por las entrañas de esa tierra corren ríos subterráneos que transmiten una energía fuerte, poderosa.
"Son soles bajo la tierra", dice Susana Fraccino, publicista, astróloga y dueña de esa granja didáctica y recreativa que está en Cortínez, uno de los pueblitos del partido bonaerense de Luján.
La mujer, que fue urbana, afirma: "Este lugar me compró a mí; me enfrentó con el poder de la naturaleza, que es capaz de desarmarlo todo con una simple tormenta. Comprendí que en el diálogo entre el hombre y la naturaleza el hombre pierde; sólo quien acepta que esto es así siempre vuelve a comenzar".
En el campo cercano hay chicos montados en caballos mansos, las riendas en manos de los guías, y más atrás los corrales de los animales de granja. A un costado, debajo de un tinglado, está el biplaza que la familia trajo de Córdoba, reparó y disfruta.
El avión es una de las cosas que más atrae a los niños del programa Granja Educativa, que van a aprender a cultivar hortalizas, a ver el ordeño de las vacas y a acercarse sin miedo a conejos y gallinas. Y también a jugar en la casita del bosque.

Donde rige el trueque
"Hace doce años comencé a reciclar el casco de la vieja estancia, donde se mezclan los estilos inglés y colonial, con techos de chapas y amplias galerías. Y mientras aprendía a sembrar, unos jujeños hicieron con adobe el horno donde cocino pan", cuenta Susana.
Lo que no dice es que la gente de Cortínez viene con sus panes amasados a cocinarlos en ese horno, y que todos los días hay leche para los que se acerquen a buscarla. "Por estos pagos hace rato que no se ve un marrón ni en fotos", confía.
En Cortínez, pueblito de la época colonial, que tiene 2.000 habitantes, el trueque surgió hace ya mucho tiempo, espontáneamente y como una manera de sobrevivir. "Le arreglo la cerca si me da una gallina", son ofertas tan comunes que nadie entiende por qué la televisión le da tanta importancia al trueque.
Muy lejos quedaron los tiempos en que un suizo, Julio Steverlin, instaló allí la textil Flandria, el origen de Villa Flandria, que fue creciendo alrededor de la fábrica.
"El suizo -cuenta Susana- les daba una casa para vivir, una bicicleta para llegar a la fábrica y un impermeable para que no faltaran al trabajo si llovía. Pero el hombre murió hace unos quince años y hace cinco que la textil quebró".
Eso explica que, ya sin nada que producir, la gente de Cortínez se volcara a intercambiar mano de obra por comida, por ropa.
Del pionero suizo quedaron, además de la vieja fábrica, cuyo edificio aún está vacío, las pequeñas ardillas de cola larga que había traído de su país para su zoológico personal. Cuando murió las ardillas quedaron libres y se convirtieron en una plaga.
"Se las ve en lo más alto de los árboles, y por aquí todos sabemos que cuando los nísperos maduran, hay que sacarlos rápido porque ellas están atentas. También les gusta roer los cables del teléfono y de la luz, por eso cuando hay un apagón nadie se asusta", dice la mujer.
Muy cerca un grupo de niños recoge huevos en los nidos del gallinero, donde hay ponedoras blancas y tres gallos, y otros llenan canastas con lechuga, repollos y zanahorias, las verduras recién cortadas de la huerta orgánica, sin pesticidas.
Los guías son del cuerpo de scouts del pueblo, quienes enseñan a los niños a armar campamentos, y otros son estudiantes de la carrera de técnicas agrarias de la Universidad de Luján, que enseñan a sembrar y hablan de los ciclos del sembrado.
Los encargados de la comida de campo son Pablo y Laura; ella prepara una memorable ensalada de albahaca con trocitos de queso, y él acerca salchichas y chorizos en pan casero. Todo con mayonesa recién batida y vinagres aromados, hechos con una antigua receta.
Y siempre hay una bandeja con todo lo necesario para matear, una reposera cómoda y un silencio reparador. "Queremos que nadie se vaya como vino, y sabemos que si los chicos están bien cuidados y entretenidos, los padres se relajan y pasan un día diferente", comenta Susana.
Para ella las tierras de Luján transmiten energía porque la fuerza fluye del agua que corre por debajo. Y agrega: "No es casual que por aquí haya tantas casas de retiros espirituales". Ella, astróloga al fin, siempre está dispuesta a hablar con sus huéspedes de los poderes de los planetas y de su influencia sobre las cosas de la vida.



Luján ofrece un verdadero descanso para relajarse.
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