"Eduardo, este se va a San Luis para renunciar. Tenemos que reunirnos ya. Hay que agarrar la presidencia antes de que sea tarde", bramó Carlos Ruckauf desde Chapadmalal, en el mismo momento en que el entonces presidente, Adolfo Rodríguez Saá partía en el Tango hacia su provincia. Eduardo Duhalde reaccionó rápido: "Volvete urgente". Era el penúltimo domingo del 2001 y la crisis se consumía como las chicharras bajo el sol estival.
Sacudido por el cacerolazo que tiró por la ventana a Carlos Grosso, e iba por más, Rodríguez Saá buscó una ventanita para retirarse del gobierno y descargó las culpas en la mayoría de los gobernadores y, especialmente, en José Manuel de la Sota. "El Adolfo buscó cualquier excusa para irse del gobierno. Pero hay algo que nadie lo dijo: se fue pensando en que habría elecciones en 120 días y que él iba a ganar", reveló a La Capital un dirigente de la primera línea justicialista, partícipe directo de las negociaciones.
Pero la fuente, clave en el actual mapa político del país, le dio a este diario más datos sorprendentes: "Ruckauf se veía como presidente, pero el Cabezón (por Duhalde) le adivinó la jugada".
Cuando la renuncia del puntano empezó a repiquetear, los dirigentes bonaerenses del PJ empezaron a saturar la línea telefónica del domicilio de Duhalde. A las pocas horas el chalé de Lomas de Zamora se parecía a una romería. "Los bonaerenses le dijeron de todo a Duhalde por no haber querido agarrar la presidencia antes que Rodríguez Saá. «Es la última que te perdonamos, ahora andá por todo», lo cachetearon", confió el informante.
Fuera de pantalla
Y Duhalde fue por todo. Se reunió con el alfonsinismo, acordó con el Frepaso y obtuvo la bendición de la UIA. "Sí, pero antes de todo eso se aseguró el apoyo del multimedios más importante del país. Desde el lunes al mediodía en TN ya decían que Duhalde era «el elegido». ¿O usted escuchó que mencionaran resistencias internas, o que la mayoría de los gobernadores quería a (Carlos) Reutemann presidente?", amplió la fuente.
Según este razonamiento, para bajar del caballo a Ruckauf, quien quería irse cuanto antes de su provincia, Duhalde le ofreció la Cancillería, un destino que le haría olvidar rápidamente los problemas financieros de un distrito que se columpia entre el patacón y el desgobierno.
Con el frente bonaerense cerrado, Buenos Aires quebraba la maldición de no tener un presidente constitucional nacido en el distrito. De la Sota, Kirchner y otros gobernadores mantuvieron reuniones permanentes y, el mismo lunes a la tarde, fecha de la Asamblea, quisieron poner a Reutemann entre la espada y la pared. "Lole vos sos el candidato, vamos a levantar tu nombre en el recinto", le dijeron casi al unísono en un hotel de Mitre y Carlos Pellegrini. "Che, por qué no lo pensaron antes... Si hay consenso lo conversamos", los despachó el titular de la Casa Gris, quien finalmente desistió, amparado en una razón de Estado.
Si el Lole aceptaba, tendría los votos de los peronistas extrabonaerenses, de los paridos provinciales y, quizás, la simpatía de Lilita Carrió. Las consecuencias, sin embargo, hubieran sido gravísimas: se rompía el PJ, el país estallaría como consecuencia de la interna peronista y los batatas que apretaban en los alrededores del Congreso no se bancarían que su jefe se quedara sin el bocado más preciado.