Manuel Romero tiene 31 años, estudia asistencia gerontológica y se siente con fuerzas para trabajar, aunque hace años que no consigue que lo tomen porque está infectado con el virus HIV. Lo peor es que la crisis del país tampoco tuvo piedad con él y ahora, como tantos otros, sufre además el desabastecimiento de medicamentos. En el caso de Manuel, depende absolutamente de la entrega de Pami, ya que de lo contrario no podría comprarlos de su bolsillo. Es que si así fuera debería desembolsar más de 1.100 pesos por mes para seguir su tratamiento de seis pastillas diarias. "No sólo vivo con sida sino con el terror de que en cualquier momento me quedo sin medicamentos", dijo ayer preocupado a La Capital. Actualmente, 21.000 personas con sida en todo el país aguardan expectantes que se liberen las partidas desde la Nación para la compra de drogas.
Manuel fue travesti desde muy joven y hace ya 17 años que está "viviendo con HIV", como prefiere decir en lugar de "enfermo de sida", que es la expresión más común. Más allá de cuestiones semánticas su problema es otro, y es grave por donde se lo mire. El es uno de los 47 rosarinos que recibe la pensión del Pami de 101,85 pesos que habitualmente - aunque en entregas desprolijas y fraccionadas- viene con una orden de compra para adquirir drogas. Pero ayer directamente el dinero no llegó, así de simple.
"La situación del Pami siempre fue grave, con todos los gobiernos, pero esta especulación que se está viviendo con los medicamentos la torna cada día peor", consideró. Lo cierto es que, cada 12 horas, Manuel debe tomar una pastilla D4T, una 3TC y una Abacavir. Si la crisis aumenta no sabe si este mes podrá completar su tratamiento.
Manuel es un joven de clase media devaluada. Vive con su padre jubilado que gana 380 pesos, su mamá que no cobra jubilación y para peor padece una enfermedad crónica, y un sobrino. Cuando se queda sin medicamentos sufre una angustia indescriptible. Muchas veces ha pasado días sin tomar las pastillas, por incumplimiento de Pami, y llegó a estar hasta 15 días seguidos sin ingerirlas.
"Cuando pasa el tiempo y no las tomo comienzo a sentir malestares físicos, especialmente en las piernas y en el estómago, e incluso llegué a tener meningitis por las bajas defensas", recordó.
Lo más grave es que cuando sintió que esto nunca más le volvería a ocurrir, la incertidumbre del país hizo lo suyo. "Se me despertó otra vez el sentimiento del miedo. Me da pánico pensar que puedo quedarme sin medicación por un problema que me excede en todo sentido", dijo.
Quedarse sin las pastillas también implica otro riesgo. "Tengo miedo de que si paso mucho tiempo sin tomarlas, después la medicación no me haga efecto. O sea, no quiero tener una muerte prematura cuando de mi parte hago todo lo posible para que eso no ocurra", explicó.
En su vida le tocó muchas veces ver morir a amigos con sida. Y se le anuda la garganta al recordar algunos casos. "Es como verte reflejado en un espejo. Sé que puede pasarme lo mismo en diez o veinte años. Pero lo elaboro día a día para mejorar mi calidad de vida. Es un ejercicio de supervivencia", indicó.
Para Manuel, movilizarse es una de las maneras que metería presión para que la asistencia llegue (ver aparte). Y se preocupa aún más cuando explica que si la Nación no libera las partidas presupuestarias para comprar medicamentos, el stock de remedios podría agotarse y perderse además el dinero asignado.
Se lamenta cuando sabe que son 21.000 las personas afectadas que dependen de una ayuda de la Nación. Y confiesa que "vivir con sida es como llevar una cruz", que es muy desgastante recorrer farmacias para que les den medicamentos por una semana, cuando la entrega debería cubrir todo el mes.
Pero más allá de la bronca con mueca de resignación ante esta situación, también tiene sus miedos. "Ahora la policía está muy represora. Y alguien que vive con sida no puede permitirse el lujo de estar en una marcha y que lo golpeen. Porque tu vida puede quedar ahí", afirmó.
Un derecho de todos
Sin embargo, es consciente de que hay que militar. Por eso es integrante de la Red Argentina de Personas Viviendo con HIV-sida y sostiene sin dudar que "la salud es un derecho de todos, no sólo de quienes tienen el virus, sino de los que dependen de la insulina y no la pueden conseguir, de quienes necesitan cirugías y no los pueden atender, y hay cientos de ejemplos más".
Manuel no afloja. Sabe que el resto de su vida tendrá que seguir golpeando puertas para conseguir medicamentos. Y mandará las cartas documento que sean necesarias, o recorrerá las farmacias que haga falta, o tocará los timbres de los despachos de políticos de turno que se les pongan delante. Sabe que es la única forma de hacerle frente a su enfermedad. Y que es la única manera de poder seguir viviendo con sida.