Nueva York. - Desde la Segunda Guerra Mundial, 2001 fue uno de los peores años para el alma y el bolsillo de EEUU, pero el más terrible en absoluto para Nueva York, donde alrededor de 3.000 personas murieron en el atentado contra las Torres Gemelas, miles quedaron desocupadas y la ciudad vivió meses en el pánico. Algunos neoyorquinos se niegan a celebrar el nuevo año cuando la ciudad está todavía herida, contó el New York Times. Otros piensan que la vida continúa y es necesario retomar la normalidad. Pero la ciudad está aplastada, vacía de turistas, escasa de entusiasmo, aunque a simple vista pueda parecer lo contrario.
Las casas y edificios, tradicionalmente decorados con luces de colores, relucieron menos este diciembre y, si lo hicieron, fue de rojo, blanco y azul, como la bandera estadounidense. El árbol de Navidad gigante del Rockefeller Center fue el mejor ejemplo. Las reservas para la cena de fin de año en los restaurantes, disminuyeron considerablemente. Mucha gente argumenta problemas de seguridad. Otros dicen que no están para cenas de gala, como notó la prensa. La ciudad sigue conviviendo con policía y guardia nacional en todas partes, pero esa presencia no aplaca la preocupación.
La tragedia está viva
El recuerdo de cuando en poco más de una hora, el 11 de septiembre, las dos torres del World Trade Center (WTC), que por tres décadas fueron el símbolo de la pujanza estadounidense, se vinieron abajo como un castillo de naipes, está vivo todavía. Se sigue excavando en la zona después de haber sacado más de 800.000 toneladas de escombros. La gente también tiene muy presente que, en los días sucesivos de septiembre, la economía del país se vino igualmente abajo por el temor y la incertidumbre ante una guerra sin precedentes.
Catapultada por el resorte de la inseguridad y el drama, la solidaridad consiguió niveles jamás vistos en una ciudad como ésta, demasiado preocupada por la marcha del mercado accionario y que a veces peca de soberbia. La figura de un alcalde, especie de padre y confesor, como fue Rudolph Giuliani en estos meses, reconfortó a los neoyorquinos, pero ahora están en crisis porque Giuliani termina su mandato precisamente el 31 de diciembre.
El 11 de septiembre marcó un hito en la historia del mundo, de los EEUU y de Nueva York en particular, aseguran los analistas. Y los psicólogos dicen que el trauma para los neoyorquinos durará mucho tiempo. Y después se agregó el temor del ántrax, que azotó a los medios de comunicación de Nueva York y a algunos políticos y el correo y multiplicó la alarma.
Desde el punto de vista económico, Nueva York ha sido la ciudad más afectada por la recesión. Si la tasa de desocupación subió a casi el 6% en todo el país, en Nueva York superó el 8%, según algunas estadísticas publicadas por los diarios. Una cifra baja comparada con países de América latina, pero altísima en esta ciudad famosa porque todo el mundo encontraba trabajo.
Se calcula que unos 100.000 puestos de trabajo se han perdido desde el 11 de septiembre. No sólo han quedado desocupados muchos de los que trabajaban para las empresas con oficinas en el WTC sino muchos otros que alimentaban el círculo económico de las Torres y de la ciudad, los restaurantes, pequeños cafés, bares, hoteles, empresas de turismo y compañías aéreas.
Los turistas extranjeros pusieron a Nueva York en cuarentena y los empresarios de todo el mundo la evitaron como un campo minado, haciendo sus negocios por tele o videoconferencias.
Para tratar de estimular la economía, que ya había denotado signos de estancamiento antes de septiembre, Giuliani y su equipo inventaron dos bolsas de trabajo en las que se repartieron más de 15.000 puestos y una serie de cortos publicitarios que realizaron gratuitamente actores y personalidades de Nueva York, como Woody Allen.
Según cifras del municipio de Nueva York, la ciudad perderá unos 100.000 millones de dólares en los próximos años, 45.000 millones por la destrucción de los edificios y entre 45.000 y 60.000 millones derivados de las pérdidas humanas y de los daños causados a la economía. Por eso, algunos dicen que no hay mucho para festejar. (DPA)