Año CXXXV
 Nº 49.345
Rosario,
domingo  30 de
diciembre de 2001
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Nuevo plan. Cómo salir del cepo cambiario y el corralito bancario
Opinión: Los argentinos tropezamos cien veces con la misma piedra

Antonio I. Margariti

Un agudo observador del comportamiento humano sostenía que el hombre es el único ser de la creación que puede tropezar varias veces con la misma piedra y nuestro país está actuando de tal manera que confirma dolorosamente esa advertencia.
En efecto, la gestión conjunta de Domingo Cavallo y Fernando de la Rúa no pudo ser más desoladora. Ambos son culpables, uno por necedad y falta de lucidez para admitir el contraste entre sus ideas con los hechos de la realidad y el otro, por autismo y ambición desmedida por llegar a la presidencia careciendo de aptitudes para el cargo. La combinación entre un arrogante y un inhábil resultó fatal para el pueblo argentino porque mintieron al suministrar información oficial adulterada sobre gastos, reservas y déficit públicos; violaron los contratos privados firmados entre bancos y depositantes; rapiñaron las reservas que respaldaban la convertibilidad y las que garantizaban liquidez al sistema bancario; destruyeron el sistema de jubilación privada confiscando los ahorros de los cotizantes en las AFJP; irrumpieron con prepotencia en la propiedad privada de las cuentas bancarias apoderándose del 0,6% de cada cheque emitido y depositado; colocaron en estado de insolvencia a los bancos; impidieron la transferencia de fondos entre distintas entidades; pusieron un cepo a la libre disponibilidad de las cuentas bancarias; establecieron el control de cambios y congelaron los plazos fijos en dólares amenazando con devolverlos en moneda inconvertible. En pocas palabras, aplicaron la política de tierra arrasada con total menosprecio de nuestros derechos y garantías civiles.

Rebelión de la sociedad
Ante agresión tan demencial, la clase media que no vive de la política sino que la soporta, se sintió compelida a intervenir en una guerra civil que ella no había desatado y actuó en consecuencia, reivindicando la soberanía que la partidocracia política le había arrebatado con el pacto de Olivos. Miles de personas ganaron la calle en forma serena pero firme y con ruidosas cacerolas produjeron la caída de un gobierno fantasmal. Con rapidez y cierto alivio se produjo el cambio de guardia y también de estilo. La firmeza y diligencia del presidente Rodríguez Saá cayeron bien aún en aquellos que no comulgaban con las estrofas de la marchita partidaria. No hay dudas de que la mayoría responsable esperaba un cambio de modelo político, de política económica y de actitudes presidenciales, no en el sentido populista o demagógico de viejos tiempos, sino recuperando la sensatez y el buen sentido.
Algunos exabruptos del discurso inicial fueron tolerados, pero con el correr de los días el desconcierto comenzó a apoderarse de los ánimos de muchos habitantes bien dispuestos. El presidente prometía todo a todos, desde los piqueteros a los industriales y desde los comerciantes saqueados a los gordos de la CGT, dando a entender que estaba lanzado en una carrera por prolongar el mandato otorgado por 60 días y que prestaba oídos abiertos a los más estrafalarios experimentos económicos, los mismos que nos condujeron al actual estado de decadencia moral y material, especialmente la destrucción de la moneda, la oscuridad intencional en el anuncio de medidas económicas y una indisimulada manifestación de fe populista en momentos en que no hay nada para repartir más que sacrificios, orden, disciplina, austeridad y trabajo duro.

El diablo metió la cola
Cuando parecía que habían aprendido la lección y reconocido la piedra con que tropezó el anterior gobierno, inesperadamente surgió el consejo de crear "el argentino", la tercera moneda inconvertible que sería emitida en cifras multimillonarias y repartida como maná caído del cielo.
Entonces se reeditó el maravilloso relato de Goethe en su obra inmortal Fausto. Muchos recordamos que el Dr. Fausto decidió vender su alma al diablo si éste le concedía poder, fortuna y amoríos fáciles. Mefistófeles le tomó la palabra y le hizo firmar el contrato con una gota de sangre, utilizándolo para introducirse en las altas esferas del poder político. En un momento oportuno se le ocurrió influir sobre el propio Emperador y le ofreció lo mismo que le ha sido propuesto en estos días al presidente Rodríguez Saá.
El que sigue es el diálogo inmortal de Goethe: ¡Oh gracioso soberano! nunca pude creerme portador de la noticia de un venturoso acontecimiento que hará brillar vuestro reinado: está liquidada la deuda pública, pagadas todas las cuentas y cortado las uñas a los usureros. Podemos pagar con toda puntualidad los sueldos de nuevos puestos de trabajo creados de la nada y se hallan abiertas de par en par las tiendas de los cambistas. Los carniceros, panaderos y mesoneros vuelven a vender y cobrar. Medio mundo sueña con festines y el otro medio se jacta de su nueva ropa. El mercero corta, el sastre cose y el vino salta en las tabernas al grito de "viva el Emperador", humean las ollas, giran los asadores y suenan los platos repletos de manjares.
Preocupado, el Emperador pregunta al Dr. Fausto: ¿cómo lo has hecho? sospecho que aquí hay un delito, una monstruosa estafa, ¿quién ha imitado mi firma imperial y cómo ha podido quedar impune un crimen semejante? Entonces Mefistófeles le susurra al oído: Haz memoria, noble señor, tú mismo firmaste la ley que consagraba la alegría de la fiesta y prometía la salvación del pueblo, autorizando la impresión de millones de papeles que repetían tu firma y que prometían cancelar deudas por valor de diez, treinta, cincuenta y cien. Sin embargo, el Emperador no se convence, sigue dudando y pregunta: ¿reconocen mis súbditos en esos papeles un valor real? ¿Están conformes en cobrar así los empleados del reino? En tal caso y por grande que sea mi asombro dejaré que las cosas sigan su curso. Entonces el Dr. Fausto, le contesta que la plenitud de los tesoros inmobiliarios que yacen durmiendo profundamente en terrenos del reino garantizarán el valor de esa riqueza ficticia. Mefistófeles le asegura que no debe preocuparse porque aún cuando los súbditos se den cuenta del engaño, tardarán un tiempo en hacerlo y siempre habrá manera de echar la culpa a los industriales, especuladores y al sentimiento egoísta de comerciantes que remarcan los precios elevando el costo de las mercancías y tú mismo, noble Emperador, podrás ponerlos en prisión acusándolos de causar los problemas que la impresión de falso dinero haya provocado, recibiendo el aplauso de la plebe (Fausto, 2ª parte: El jardín de las delicias).

Racionalidad vs demagogia
La única manera de escapar a la tentación monetaria que le están aconsejando al presidente Rodríguez Saá y que le arrastrará a una voraz hiperinflación, consiste en desechar la propuesta populista y demagógica adoptando el camino de la seriedad. Este es un camino estrecho que comienza por reconocer que la crisis bancaria producida por la huida de 19 mil millones de depósitos, se debe a que la gente que trabaja y ahorra desconfía de la clase política y descree de las leyes argentinas que así como se sancionan se derogan por un simple decreto. La senda de la racionalidad consiste en poner como centro de las preocupaciones presidenciales dos temas cardinales: ¿cómo salir del cepo cambiario y del corralito bancario creados por el tandem Cavallo-De la Rúa? No hay ninguna duda que el final de este camino consiste en dar certezas firmes de que la gente no volverá a ser estafada por gobernantes insensatos ni saqueada por la voracidad de aprendices de brujo.
Dentro del orden legal civilizado ello sólo puede lograrse mediante un tratado internacional, que tiene jerarquía superior a las leyes, firmado con los gobiernos de países cuyos bancos operan aquí, asegurando que el dinero depositado gozará de los siguientes derechos y garantías: a) secreto bancario a efectos fiscales, b) intangibilidad, c) disponibilidad de los saldos líquidos, d) transferencias cambiarias irrestrictas, e) prohibición de débitos impositivos en cuentas bancarias, f) responsabilidad de las casas matrices por los compromisos locales y g) jurisdicción de tribunales extranjeros por mutuo acuerdo.
Si el presidente Rodríguez Saá firma un tratado internacional con esas características habrá creado una muralla de seriedad a cualquier intento demencial de los kamikazes legislativos y asegurado el bienestar de los más pobres con mayor solidez que las promesas electorales que se le puedan ocurrir. El debe elegir entre el camino de la racionalidad o el de la demagogia y no debe tropezar con la misma piedra.


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