Mauricio Maronna
La Casa de Gobierno está en llamas, el Congreso está en llamas, la dirigencia política, sindical y económica están en llamas. Pero la gente está incendiada y el país arrasado. Si una película jamás debe ser interpretada a partir de la última escena, los episodios de ayer a la madrugada no deben ser leídos fuera de un contexto que lleva décadas en una Argentina cargada de subterfugios, de pésimos diagnósticos, de dictadores sanguinarios, de políticos impresentables y mentirosos y de empresarios corruptos. La clase dirigente parece no haber leído jamás a Bertolt Brecht, y lo mal que hizo: ahora vinieron por ellos. Casi nadie sale vivo de aquí, pero los políticos que pueden todavía caminar con la frente alta por las calles son los que deberían demostrarle al pueblo que de tanta desolación y tanta tragedia sólo se sale con más y mejor política. * ¿Quién les hizo creer a Hugo Moyano, a Rodolfo Daer, a Luis Barrionuevo y a José Pedrazza, entre tantos otros, que el cacerolazo que derrumbó al horripilante gobierno de Fernando de la Rúa fue engendrado para reivindicar a las CGT y cantar victoria sudorosos y exultantes? * ¿Quién les hizo creer a algunos gobernadores que tienen sus provincias al borde del incendio que la clase media les dio un bill de indemnidad para pavonearse en los medios tratando de saltar a la presidencia de la Nación con la brasa en la mano? * ¿Quién le hizo creer al presidente Adolfo Rodríguez Saá (a quien, nobleza obliga, el radicalismo y muchos dirigentes justicialistas le tiraron el gobierno por la cabeza) que la históricamente desmovilizada clase media alguna vez no iba a recuperar la memoria selectiva? Es tiempo de que quienes tienen responsabilidades institucionales le digan a la sociedad que no hay rey que no esté desnudo. Demasiadas veces se planteó desde el análisis político que la clase política argentina se estaba suicidando con su doble o triple discurso. La inequidad en la transferencia de recursos implantada por la dictadura alumbró la esperanza de que con la democracia se comía, se curaba y se educaba. Raúl Alfonsín rompió ese contrato social con su economía de guerra y fue conducido al abismo por la ineficiencia radical pero también con la aparición en escena del chantaje de los mercados, a los que alguien les habló con el corazón y le respondieron con el bolsillo. El encanto por la revolución productiva y el salariazo no hizo otra cosa que potenciar los márgenes de desigualdad social, desguace del Estado y resonantes hechos de corrupción. "Bienvenida clase media", decían algunos carteles que empezaron a florecer como hongos en las villas miseria, que también habían florecido como hongos. La irresponsabilidad de la Alianza a la hora de ofrecer como carné de presentación una incumplible Carta a los Argentinos quemó a puro impuestazo un incalculable capital político. La impericia de inmovilizar los dineros de la gente, el último pase del otrora hechicero Domingo Cavallo, despertó al gigante dormido: la clase media. Esa franja ya se había quedado sin esperanzas y, de pronto, se quedó sin dinero. * Se levantó la alfombra del Senado y olía a podrido. Un legislador confesó haber recibido coimas y fue protegido. No hubo culpables, la Justicia los absolvió. En ese gesto, el Congreso como institución quedó herido de muerte. Ayer a la madrugada estuvieron a punto de convertirlo en cenizas. * El 14 de octubre sucedió lo que todos preveían, menos la mayoría de los políticos. La gente cacheteó en las urnas a la dirigencia, De la Rúa no lo tomó como una derrota y el PJ le achacó a los medios haber sido el responsable. Ayer a la madrugada estuvieron a punto de convertir a la Rosada en cenizas. * Irresponsablemente, el gobierno, los senadores y los diputados se llenaron la boca con dos palabras: reforma política. Por los cajones del Parlamento y en las dependencias del Ministerio del Interior quedaron envueltos en polvo los proyectos para hacer más transparente la política. Ayer a la madrugada, la clase media se los recordó. Quienes no durmieron para ver en vivo y en directo las imágenes de la Casa de Gobierno y el Parlamento en llamas; de los habitantes de Palermo, Belgrano, Núñez y Caballito (y siguen los barrios) gritando "váyanse todos" habrán experimentado la sensación de que este país está a punto de consumirse. Y que el descontrol acicatea a los imbéciles que no tienen mejor idea que confundir las cosas masacrando a patadas hasta desangrarse a algunas personas por el solo hecho de tener uniforme. La vorágine y el odio llevan a pensar a muchos que la política tiene que morir, que son todos iguales y que de los laberintos se sale, equivocadamente, por los costados. De la crisis se sale con más y mejor política y con mejores políticos, que no son esos que están pensando en recoger una migaja que alimente un sueño presidencial. Es hora de que entiendan que más pronto que tarde ese sueño trasmutará en pesadilla. Es hora de que los dirigentes honestos y capaces, los buenos administradores y lo que tienen algo para aportar salven al país de una tragedia definitiva. Como escribió Serrat: "No esperes que alguien muera para saber que todo corre peligro ni que te cuenten los libros lo que están tramando ahí fuera". La gente ya no está tan sola y lo que espera es volver a creer. El peor de los suicidios sería apostar a la violencia como método de sustituir a la política. Pero, aunque fue escrito hasta el cansancio, vale la pena reiterar una presunción: o la dirigencia cambia o la República se muere.
| Las llamas de la protesta llegaron a la Casa Rosada. | | Ampliar Foto | | |
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