| | Editorial Sin margen para errores
| Un cacerolazo volvió marcar la pauta del camino que tiene que seguir la política argentina. El espontáneo y ordenado reclamo popular -sólo luego llegaría la violencia, de la mano de los oportunistas y los vándalos de siempre- dio una señal contundente de que la gente ya no tolera que se la defraude. El irritante corralito de los depósitos, cuyo verdadero objetivo es defender a los ahorristas de los efectos mortíferos de una corrida bancaria, no es comprendido ni provoca solidaridad alguna. Y ciertamente que la indignación se asienta sobre sólidas y concretas bases. Las palabras de uno de los enfurecidos manifestantes de ayer a la madrugada, que dijo "queremos nuestros depósitos y los queremos en la moneda que los teníamos", resultaron sumamente ilustrativas al respecto. La palabra clave en este asunto se escribe con "c" de confianza. No es buen negocio para ningún país el perjudicar a quienes creyeron en su sistema bancario, encomendándole en muchos casos las reservas reunidas a lo largo de toda una vida de trabajo. El otro elemento destacado en la masiva movilización fue el repudio expresado hacia aquellos dirigentes políticos que ya tienen definitivamente cortado el crédito popular. Debe recordar muy bien el enérgico Adolfo Rodríguez Saá lo sucedido a fin de no tropezar dos veces con la misma piedra. Además de idoneidad, la demanda unánime es de transparencia. No son momentos sencillos para quienes ostentan las máximas responsabilidades de conducción. Una de las virtudes más olvidadas y subestimadas en los últimos tiempos por los cuadros políticos, el saber escuchar a la sociedad, debería ser desempolvada. Sin que ello implique, por cierto, incurrir en el grave pecado de la demagogia. Habrá que rectificar, reconstruir, insistir y poner más energía que nunca, esa cualidad que no parece faltarle al flamante presidente. El rumbo, más allá de las complejidades de la política y los meandros de la economía, es satisfacer las necesidades del pueblo. Y hacerlo por fuera de intereses sectoriales y egoísmos personales. Ya no queda margen para más errores.
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