Año CXXXV
 Nº 49.345
Rosario,
domingo  30 de
diciembre de 2001
Min 22º
Máx 31º
 
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El viaje del lector
Necochea: Bosque, playas y silencio

Lejos de Rosario, este lugar en las playas atlánticas se me antojaba imposible de considerar entre mis proyectos de vacaciones. Demasiados kilómetros para un lugar de veraneo más o menos similar a las pequeñas ciudades ya visitadas, era el pensamiento repetido.
Los escasos folletos de turismo o los reducidos espacios entre los suplementos de vacaciones de los diarios, donde raramente se ofrecen paquetes con ese destino, no aportaban nada que hiciera modificar mi opinión. Por eso, cuando llegué, en enero del 2001, junto con el siglo, empecé a darme cuenta de que este lugar es un tesoro distinto para quien lo conozca.
Hablar de kilómetros de playas libres de poblaciones; de una encantadora villa, moderna, prolija, limpia y de su costanera, otorgarían a la localidad bonaerense mayor promoción.
Las 500 hectáreas de bosque de pinos, eucaliptus y arbustos hacen de Necochea un verdadero vergel, con aromas vegetales que fluyen por el aire durante las cuatro estaciones y con un silencio atrapante, matizado por las variadas especies de pájaros que no paran de dialogar.
Internarse en esa espesura fragante a cualquier hora del día es encontrar un espacio que parece sacado de otra dimensión. Se roza el silencio. Por espacios se pierde la percepción del tiempo hasta que se escuchan los rumores de las ramas que se estremecen en lo alto de los árboles mecidas por el viento. Ese viento que tantos árboles detienen y no le permiten barrer el piso mullido por décadas de hojarasca, creando un espeso silencio y quietud. Este marco nos remonta a un primitivo e ingrávido estado de plenitud.
Rojos atardeceres sobre el mar, bosques interminables y secretos, cuyo límite es el mar, y la ondulación de las dunas son algunos de los encantos del lugar. Necochea suma la liberación de su naturaleza y una ciudad tranquila pero con todas las posibilidades.
Para pobladores y visitantes esa conjunción de libertad y de vida es un oasis invalorable que implica el mandato de respetarlo y conservarlo. Y para todos, la experiencia de otro ritmo para nuestros pasos, quizás el único que nos merecemos.
Norma Beatriz Scaglia


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