Cuando el astrónomo aficionado supo que mucha gente del hemisferio norte vendría a observar el cielo del sur, buscó el lugar para instalar un observatorio y lo encontró en Villa Giardino, Córdoba. Allí desarrolló Apus, un "tour astronómico-geológico", para mostrar el cielo de estas latitudes y las constelaciones estelares que sólo se ven desde el hemisferio sur. Ahora, un par de años después, Omar Montenegro se dedica a estudiar profundamente el cielo austral en un observatorio equipado con lo más avanzado del campo amateur. Usa un telescopio reflector, totalmente robotizado, de 500 mm de diámetro; la altura del lugar, 1.100 metros, lo protege de las luces urbanas. En la estancia hotel Alto San Pedro encontró el cielo diáfano que buscaba, y poco más de 1.000 hectáreas de tierras atravesadas por sierras y bosques. Lo fascinaron los robledales y los castaños, pero mucho más los alcornoques portugueses. Y lo decidió la cercanía del misterioso cerro Uritorco, puerta terrena hacia otra dimensión, lugar donde la gente llega a observar las extrañas luces que se mueven en el cielo y a buscar la energía que fluye desde lo más profundo. La observación del cielo fue práctica usual en todas las culturas, desde griegos y romanos hasta egipcios y babilónicos. Y grandes personajes se obsesionaron con la contemplación del firmamento, como Einstein, Halley, Galileo y Asimov. Para Montenegro, un estudioso de la física, el objetivo es difundir la astronomía y terminar con "el lamentable divorcio entre la ciencia y la gente, debido a que los profesionales no bajan la información al llano". Pero sabe que para difundirla hay que "tener el financiamiento adecuado que acá es imposible. Entonces el camino es hacer de la astronomía un negocio que deje un margen para la difusión". "Me pareció que Córdoba era el lugar adecuado para iniciar ese camino, el del turismo científico, y captar viajeros que sé que son muchos y de buen poder adquisitivo, porque este producto turístico no es masivo, ni aquí ni en los Estados Unidos", expresó Montenegro. Comentó que su propósito es "vender" nuestro cielo, que es diferente al del hemisferio norte y mucho más rico en objetos celestes. Un ejemplo es la pequeña y gran nube de Magallanes, dos galaxias que acompañan a la nuestra". "Al paquete turístico que elaboramos lo llamamos Aventura Astronómica, y a través de una agencia de viajes que abrimos en Nueva York lo estamos llevando a las universidades, porque es allí donde están los viajeros potenciales", agregó. El telescopio principal está dentro de una cúpula que se abre, desplazándose sobre rieles, para facilitar la observación. Como alternativa hay varios telescopios móviles, como el de 400 mm robotizado, fácil de llevar a zonas desérticas en un radio de 300 kilómetros. "De esta manera -dice- cuando aquí el tiempo es malo nos vamos en busca de noches despejadas y claras, garantizando que los astrónomos aficionados aprovechen muy bien sus estadías". También explicó que la robotización de los telescopios permite, por ejemplo, que enfoquen automáticamente a Orión, para nosotros Las Tres Marías. "Orión -explicó- es la figura de un cazador con un arco abierto desde donde va a lanzar una flecha". Uniendo estrellas Imaginar figuras en el cielo nocturno uniendo estrellas brillantes es una práctica milenaria que generó historias entre el cielo y la tierra. A esas figuras imaginadas se las llama constelaciones y a las historias relacionadas con ellas mitología. Las constelaciones más antiguas se originan en las primeras civilizaciones, quizá antes de los egipcios, alrededor de 15.000 años antes de Cristo. Estas figuras dividen el cielo de la misma forma que los hombres dividieron los continentes en países, a través de fronteras imaginarias. Actualmente las 88 constelaciones reconocidas por la Unión Astronómica Internacional (UAI) rescatan algo de las antiguas tradiciones y creencias de la humanidad, y la mayoría de ellas tiene una fuerte influencia griega. A ese conjunto de constelaciones se las agrupa en ocho grandes familias: de la Osa Mayor, del Zodíaco, de Hércules, de Orión, de Bayer, de las Aguas del Cielo, de La Caille y de Perseo. En esas constelaciones oficiales no están incluidas las aborígenes de América, Oceanía, Africa y Asia, que encierran mensajes y leyendas de los pueblos nativos. Este tema se trató en junio 2001 durante el "Star Party" realizado en Carlos Paz, que reunió a astrónomos aficionados de Argentina y Uruguay y a estudiantes de la licenciatura en Astronomía que dictan las Universidades de Córdoba y La Plata. Precisamente el astrólogo argentino Néstor Camino, de Esquel, un estudioso de la constelación patagónica "El rastro del Choike", asegura que es preciso conocerla para comprender mejor a los pueblos aborígenes que las imaginaron. Desde el 20 de diciembre Omar Montenegro opera el tour "Aventura Astronómica", en Córdoba, donde se propone construir muy pronto otros tres observatorios. "Por ahora -dice- la aventura es que la gente venga a mirar el cielo".
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