Los navegantes portugueses que recorrían el litoral nordestino de Brasil, desde la Capitanía de Río Grande y en tiempos del descubrimiento, vieron entre la espesa mata atlántica piedras muy altas que de lejos parecían enormes barriles. Ese lugar aparecía en las primeras cartografías marinas como Orotapiry -en la lengua tupy "aldea del hombre blanco"- pero ellos la llamaron pipa, "barril" en portugués. La belleza de esas costas también atrapó a los marinos holandeses, que dejaron allí su impronta y sus ojos claros. La vida allí era apacible hasta que diez años atrás comenzaron a llegar surfistas, incansables buscadores de olas y también mochileros. El turismo había llegado a esas costas nordestinas donde los delfines vienen a buscar comida y las tortugas a desovar. Así comenzó el redescubrimiento de Tibau do Sul, y de Pipa, su playa más bella, que tiene un santuario ecológico y un brazo de mar que se adentra en la tierra formando la laguna de Guaraíras. Donde está la laguna de aguas verdes estaba Tibau hasta que se dinamitaron los arrecifes de corales y el pueblo se trepó a los acantilados. De esta realidad nació la leyenda de los peces de colores que salen de noche a cantar. En los primeros tiempos los turistas se alojaban en las casas de los pescadores, hasta que las posadas comenzaron a aparecer en lo más alto de las rocas y la oferta de camas llegó a mil. Pero el encanto de Tibau do Sul es que sigue siendo un pequeño pueblo de pescadores con playas de arena clara y altísimos cocoteros, que además está muy cerca de Natal, la histórica ciudad barroca de Brasil, que tiene el aire más puro de Sudamérica. En este pueblo de apenas 500 habitantes los hombres son hábiles pescadores de langostas y camarones, con los que preparan platos de sabores parecidos a los de la cocina bahiana. En el restaurante La Portuguesa la especialidad es la moqueca de camarón, con aceite de dendé, leche de coco y muchos picantes, y en Cruzeiro do Pescador, casi sobre la playa, son memorables las picadas de frutos de mar con cerveza helada. Más allá de aquel comienzo de villa para aventureros, muchos europeos se quedaron para siempre en Tibau. En la calle principal es donde se nota esta movida internacional, porque allí los noruegos, suecos y portugueses instalaron restaurantes y bares. Durante el día la actividad está en las playas de Barreira, Moleque, Das Minas y Sibauma, y en la bellísima ensenada de los delfines. También se practica esquí de arena sobre las dunas y las balsas ecológicas remontan los ríos. (Télam)
| Un paraíso de arenas blancas y altos cocoteros. | | Ampliar Foto | | |
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