Gustavo Yarroch
Racing, aquel de las postergaciones y los lamentos, es una marea humana que se reproduce incesantemente por las calles. Racing, el mismo que en 1999 se salvó por poquito de que le cerraran las puertas para siempre, ahora goza y chicanea, con el sentimiento de revancha de quien ha sufrido demasiado y ahora se siente apto para descargarse. Racing, el de Blanquiceleste S.A., el que se armó de apuro con el objetivo prioritario de escaparle al descenso, es el campeón de la Argentina. Un campeón mediocre, el más flojo que se recuerde en los últimos años, que supo sumar los puntos que necesitaba en casi todos los partidos clave y que con ello le alcanzó para sacarle una mínima luz de ventaja a River, el equipo más vistoso del torneo al margen de que los subcampeonatos sirvan de poco y nada. Antes del inicio del Apertura, pensar en un Racing campeón parecía cosa de temerarios. El equipo era nuevo, con diez refuerzos y muchas incógnitas a su alrededor. Salió a afrontar la primera fecha casi a las apuradas, pero ello no le impidió aferrarse a la punta desde los albores del torneo. Y no sólo eso. A diferencia de River (que tiene a Ortega y D'Alessandro), Boca (Riquelme) o San Lorenzo (Romagnoli), Racing carece de jugadores que desequilibren por sí solos. Tampoco tiene un fantasista, como llaman los italianos a los conductores con buen pie y facilidad para la gambeta. Racing fue un equipo entusiasta, metedor, casi una fotocopia del fervor que sus hinchas transmitieron desde las tribunas. Tuvo un arquero sobrio y rendidor como Gustavo Campagnuolo, una defensa que en líneas generales respondió acertadamente, un mediocampo combativo con Adrián Bastía como abanderado de la garra colectiva y una delantera irregular en la que Estévez supo conseguir goles decisivos. Y tuvo, además de la regularidad que exigen estos torneos cortos para llegar a la consagración, la imprescindible dosis de fortuna que suele bendecir a los campeones. El campeonato, al que le falta completar ocho encuentros de la última fecha a causa de la convulsión social vivida la última semana, fue de tono grisáceo, chato, sin más brillos que la aparición de un atrevido que promete como D'Alessandro, la elegante sabiduría de Riquelme, alguna que otra cosita de Ortega o Romagnoli y no mucho más para destacar. A River le quedará el consuelo -nimio para muchos- de haber sido el equipo que mejor fútbol practicó, con 51 goles convertidos en 19 partidos, lo que le da un promedio de 2,68 tantos por juego, claramente superior a la media. Boca dejó escapar puntos importantes de entrada y después, cuando se ubicó en una posición expectante, volvió a tropezar y puso todas sus fichas en la Copa Intercontinental, en la que cayó sin discusiones ante el Bayern Munich. La mayor apuesta de San Lorenzo fue la Copa Mercosur (tiene pendiente la segunda final ante el Flamengo), no obstante lo cual supo estar entreverado en la pelea hasta pasada la mitad del campeonato. Independiente volvió a decepcionar a su gente y Colón, con un equipo interesante y un técnico serio y ajeno a las estridencias como Jorge Fossati, se transformó en la revelación del torneo, en el que llegará a la última fecha un punto debajo de Boca, el tercero. Vélez levantó cabeza luego la llegada de Edgardo Bauza pero igualmente terminó redondeando una campaña poco decorosa, Belgrano comenzó a todo trapo y después se fue quedando, Huracán y Talleres fueron un canto a la frustración, Chicago amagó con mirar de lejos el promedio pero termina el año sacando cuentas y Banfield repuntó levemente sobre el final, aunque ya está con la soga al cuello. Estudiantes y Gimnasia se quedaron en la mitad de la tabla y Rosario Central, inmerso en una crisis financiera y futbolística, deberá iniciar rápidamente un proceso integral de reconstrucción. Fue buena la campaña de Chacarita, flojas las de Newell's y Lanús y pobre la de Unión, otro al que le espera un 2002 complicado en cuanto al promedio. Al cabo, fue un torneo con escasos brillos que dio a luz un campeón propio de esa medianía y esa falta de esplendor futbolero.
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