Año CXXXV
 Nº 49.345
Rosario,
domingo  30 de
diciembre de 2001
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El elegido de la semana
Por las bateas: "Ten New Songs"-Leonard Cohen
El poeta volvió al ruedo con su sello inconfundible y una mirada distinta

Carolina Taffoni

Hay discos que obligan a parar, a bajar la guardia, a detenerse un momento, hacerlo único, y pensar sólo en eso. "Ten New Songs", el último álbum de Leonard Cohen, pertenece a esa sagrada categoría.
Leonard Cohen es uno de los personajes más curiosos, enigmáticos y polémicos de la historia del rock. Poeta y novelista antes que músico, siempre representó la quintaesencia del cantautor depre y oscuro. Su primer disco apareció en 1968, después de publicar varios libros de poemas y una novela, "Beautiful Losers" (Hermosos perdedores), un título que serviría para definir a varias generaciones de cantautores, desde Nick Drake hasta Elliott Smith, pasando por Nick Cave y Tim Buckley.
Cohen se convirtió en un clásico con temas como "Suzanne" y "So Long Marianne", levantó distintas banderas religiosas y políticas, y se hizo fama de mujeriego, inestable y depresivo. Su carrera se caracterizó por largos silencios y amenazas con retiradas definitivas. Basta recordar que, después de su disco "The Future", de 1992, se encerró en un monasterio para internarse en los misterios de la fe budista.
Ahora, tras casi una década de meditación y reclutamiento, este canadiense de 67 años volvió al ruedo con "Ten New Songs", un disco en el que desaparece esa angustia opresiva y esa mirada ácida y apocalíptica que caracterizó toda su obra, aunque en estas diez nuevas canciones todavía se vislumbra cierta visión desencantada y crítica.
Ya desde el primer tema se nota que su voz fantasmal, grave y avejentada, conserva ese inexplicable poder hipnótico. De alguna forma, escuchar un disco de Leonard Cohen, es como escuchar uno de Bob Dylan y otro de Lou Reed al mismo tiempo (con la diferencia de que se trata de Leonard Cohen).
Desde el principio también se nota su paso por el convento. El estribillo de "In My Secret Life" parece un coro religioso. El mismo espíritu impregna temas como "By The Rivers Dark" y la final y cuestionadora "The Land Of Plenty", en la cual Cohen dispara: "Ojalá que las luces de la tierra de la abundancia brillen sobre la verdad algún día".
Las odas a los hermosos perdedores permanecen intactas. Ahí está el tono dramático de "A Thousand Kisses Deep" y la melancólica "That Don't Make It Junk" ("escucho a la oscuridad cantar y sé de que se trata"). En contrapunto están las canciones de amor "You Have Loved Enough" y "Love Itself", una balada despojada y conmovedora, de esas que sólo Leonard Cohen puede hacer alrededor de una sola palabra.
La simplicidad musical, bien capitaneada por la socia de Cohen, Sharon Robinson, contrasta con la soberbia "Alexandra Leaving", un cuento de tres minutos, mientras que el sensual balanceo de "Here It Is" es un curioso vehículo para hablar de la resignación ante la muerte. "Boogie Street" coquetea con el jazz, mientras Cohen habla sobre la gracia, el amor y el pecado.
La búsqueda de la verdad, después de haber probado todas las teorías, aparece como una obsesión a lo largo del disco. En "In My Secret Life" Cohen canta: "Sonrío cuando estoy enojado/ miento y estafo/ Hago lo que tengo que hacer para zafar/ Pero sé lo que está bien y lo que está mal/ y moriría por la verdad en mi vida secreta".



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