Orlando Verna
Si los reality shows se presentan a sí mismos como el show de la vida, los argentinos participaron del más doloroso de todos. Las imágenes del país en llamas durante la tercera semana de diciembre se transformaron rápidamente en un hecho histórico televisado en directo. El Cacerolazo tuvo en la televisión a su más poderoso aliado. Su fuerza multiplicadora puso fin a un gobierno democrático y mostró con detalles una realidad que nadie quería ver: la de la pobreza y la violencia. De la misma forma en que las cámaras siguieron con dedicación casi ginecológica el cotidiano de los integrantes de "Gran Hermano I y II", "Expedición Robinson II", "Reality reality", "Confianza ciega", "El bar II" y "Pop stars", hicieron foco sobre los saqueos, la rebelión social, la represión y la debacle del ex presidente De la Rúa. Casi sin querer y después de un año sin programas de alto vuelo, la política se impuso por sobre los noticieros de chismes, el producto característico de 2001. "Rumores", "Venite con Georgina", "Movete", "Memoria" e "Indomables" abusaron de las polémicas por contrato, mientras luchaban sin resultados contra el menos peor de estos productos: el "Intrusos en el espectáculo" de Jorge Rial que se destacó a base de ingenio y amarillismo gracioso. Aunque los programas de chismes ya habían pisado fuerte el año anterior, tuvieron una diferencia sustancial con los modelo 2001. Esta temporada no invadieron la intimidad de las personas y sí su privacidad. Nadie se dedicó a saber con quién se acostaba un juez, pero no faltaron alusiones a la antigua profesión de Tamara Paganini o a las elecciones y adicciones de Gastón Trezeguet de "Gran Hermano". Fue así también como se comenzó a construir a lo largo del año un espacio de disputa de ideas que acabó en una paradoja. El debate político, social o económico fue reemplazado por un debate medial sobre usos y costumbres de los personajes anónimos o famosos encerrados en una casa, vigilados por cámaras y micrófonos. Un lugar que perdieron los políticos con su verborragia de formas, pero que -y allí la paradoja- recuperó la política de los sectores más desprotegidos con sus reclamos por comida y de la clase media con su sonoro despertar de espumaderas y cacerolas. El show de la vida transmitido por la televisión argentina tuvo otro aditamento, menos trágico; el del costumbrismo y la cotidianidad exteriorizadas por "El sodero de mi vida", una historia creíble con personajes comunes que marcará la producción de telenovelas el próximo año. Ninguno de los otros envíos en su rubro -"Ilusiones", "Campeones", "En amor arte", "Luna salvaje", "PH", "Provócame", "Yago", "22, el loco", y por supuesto, los melodramas extranjeros- alcanzaron la aceptación de las andanzas de Alberto Muzzopappa y familia. Y si de argentinos se trata "Culpables", "Cuatro mujeres", "Un cortado" y otros programas tachados de "culturales" aportaron su grano de arena -desde la ficción o desde el documental y con distinta suerte- para describir el espectáculo de la vida de estas tierras y sus actores, aquellos que también buscaron dinero en "¿Quien quiere ser millonario?", "Números rojos", "Susana Giménez", "Audacia", "Fugitivos" y hasta "El show de Videomatch". Una forma de salvarse de las calamidades financieras, las mismas que empujaron a la gente a protagonizar el reality show del desborde y la rebelión social. Igual que en la vida misma, pero por televisión.
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