José Luis Cavazza
En 2001 hubo buenos y malos negocios en el mundo del espectáculo, pero calidad y números redondos no siempre se dieron la mano y la mediocridad muchas veces metió la cola detrás de telones y pantallas. Un hecho es que los números fueron déspotas, como de costumbre. ¿Quién puede atreverse a otra cosa en medio de tanta crisis? Entretener fue la premisa y la liviandad de las propuestas fue la ideología para contrarrestar la pesada herencia de los ajustes económicos de Domingo Cavallo y los conflictos sociales. El mundo del show apareció tan volátil como densa fue la realidad no sólo de los atribulados argentinos sino del planeta en su totalidad. Y en este contrapunto, el regateo, el facilismo y la chatarra asomaron sus cabezas como dioses mediáticos. La TV fue el medio que más partido sacó de esta contracara realidad densa/shows ligeros. Por esto, el gran negocio de la televisión de 2001 pasó por los reality shows y, en segundo término, por los programas de entretenimiento que ridiculizaron a la dirigencia política, con Fernando de la Rúa a la cabeza. La ficción no fue una buena inversión en el espectáculo en general y en la tele en particular. El pop adolescente continuó siendo el mejor negocio de las productoras discográficas. Inofensivo en su apariencia e intrigante y astuto en su engranaje, esta fórmula se ha perfeccionado con el paso de los años. En la vereda de enfrente, el regreso al disco y a la escena de algunos dinosaurios del rock -Aerosmith, Paul McCartney, Mick Jagger- también arrastraron un gran éxito comercial. Mientras tanto, Rosario importó otro tipo de dinosaurios menos redituables, los del rock sinfónico. Tales fueron los casos del ex Genesis Steve Hackett y del ex vocalista de Marillion, Fish, que llenaron el Astengo y El Círculo, respectivamente. Los atentados terroristas en Estados Unidos del 11 de septiembre no sólo marcaron una línea divisoria de fuego y misiles en la historia violenta del mundo, sino que el efecto de la tragedia de las torres gemelas alcanzó al cine de Hollywood que ingresó en zona de riesgo y desbande. Luego de esa fecha, el cine norteamericano sólo estrenó comedias románticas y películas para chicos. La realidad había superado la imaginación de las películas sobre atentados terroristas y la Academia optó por autocensurarse y borrar de las pantallas cualquier rastro de violencia. Como consecuencia, muy pocos filmes -"Harry Potter" sacó varios cuerpos de ventaja- se convirtieron en un gran negocio. En Argentina, la gestión de José Miguel Onaindia al frente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales favoreció la producción independiente aun en medio de una industria devastada por la crisis económica. A pesar de esto, el cine argentino llegó a los escritorios de los principales distribuidores internacionales, devolviéndole a la industria cinematográfica nacional las mejores posibilidades de convertirse en producciones redituables. El teatro argentino, por su parte, se llevó la peor parte de la historia: Cavallo le asestó un hachazo en la frente a través del recorte que sufrió el Instituto Nacional de Teatro. Obviamente, los números pasan por otro lado. Por último, las productoras rosarinas de espectáculos también sintieron la crisis del país. Muy pocos espectáculos tuvieron una producción local cien por ciento. O pactaron costos y probables ganancias compartidas con los artistas, sin cachet fijo, o bien fueron co-producciones con productoras porteñas en el mejor de los casos u ofrecieron sus servicios de ventas de entradas y otros menesteres a éstas, en el peor de los casos.
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