 |  | Editorial Advertencia de peso
 | Sobrevolando los distintos integrantes de la escena política nacional, y representante -sin duda- de intereses de alta trascendencia, la Iglesia argentina ha fijado en esta Navidad posición, por medio de las voces de muchos de sus miembros de mayor importancia y jerarquía, sobre el desarrollo de los acontecimientos en el difícil país del presente. Y lo ha hecho a partir de un enfoque crítico. Vale la pena, considerando el lugar del cual emana la opinión, detenerse a desmenuzar los conceptos vertidos y penetrar en su significado. En primer término corresponde hacer hincapié en la oportunidad elegida por los obispos para pronunciarse, en coincidencia con esa fecha central para la cristiandad que constituyen los festejos navideños. En efecto, el espíritu de ese momento se relaciona de modo íntimo con las nociones de amor, caridad y fraternidad, de hermandad, en síntesis, entre los hombres. Nada más opuesto, por ende, al clima que se vivió en la República durante las aciagas jornadas que precedieron a la renuncia de Fernando de la Rúa, con los saqueos -enfrentamiento entre compatriotas- adueñándose de las calles y las múltiples manifestaciones de ira popular que desembocaron en una represión de consecuencias sangrientas. La Iglesia es consciente del elemento disgregatorio que dejaron latente esos terribles días. E intenta restañar las heridas, para que comiencen un lento proceso de cicatrización. Pero los juicios más duros, acaso inéditamente duros, estuvieron destinados a la bien llamada clase política. "La dirigencia política, en general, parece no leer la realidad y estar ausente de ella, llegando a parecer su actitud un verdadero cinismo", aseveró -como ejemplo- el obispo santiagueño, Juan Carlos Maccarone. El arzobispo de Rosario sumó su autorizada voz al coro: "La apetencia del poder hizo a la Argentina ingobernable, y ahora nos encontramos con el miedo de que esto pueda continuar", dijo monseñor Eduardo Mirás. Dos nítidas, contundentes muestras -entre muchas- de que la dirigencia nacional dista de ser portadora de un cheque en blanco. Y de que, por el contrario, deberá recorrer el arduo camino que la espera con cautelosos pasos, podando ambiciones y moderando personalismos. El país, esta vez, no sólo lo necesita, sino que además lo reclama. Y el pueblo está dispuesto a asumir la responsabilidad que le cabe en el directo contralor de sus representantes. Ojalá que la nueva esperanza que se abrió hace días no se vea defraudada. Y para contribuir a que ello ocurra, quienes conducen la Nación tienen el deber de escuchar la clara voz de la Iglesia.
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