Año CXXXV
 Nº 49.341
Rosario,
miércoles  26 de
diciembre de 2001
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Editorial
Primeros pasos hacia el futuro

Después de un período de intensa turbulencia social, con su dramática secuela de muerte, represión y delito, la Argentina parece estar comenzando a recuperar algo de calma. El gobierno que encabeza el justicialista puntano Adolfo Rodríguez Saá ha tomado el timón de una nave que se hallaba a la deriva, sometida a los cada vez más fuertes golpes que le daba la tormenta. La gestión presidencial se prolongará por muy breve lapso, sólo hasta las elecciones planeadas para el 3 de marzo próximo -en las cuales se utilizará la polémica ley de lemas-, pero el escaso tiempo que permanecerá en el poder no ha arredrado al flamante primer mandatario interino, que no bien asumió demostró que la lentitud no es una de sus características, ni tampoco la duda. Y ya eso, en sí mismo, bastó para modificar favorablemente el ánimo de los ciudadanos.
De la prolongada crisis, y todos los argentinos lo saben y reconocen en su fuero interno, no se saldrá fácil ni rápidamente. La irritante tendencia a demorar la toma de decisiones y la constante vacilación en la implementación de políticas destinadas a sacar a la República del pantano de la recesión económica marcaron a fuego la gestión de Fernando de la Rúa, cuyo ostensible fracaso -y esto debe recordarse y remarcarse- implica, también, un fracaso colectivo, porque todo el conjunto social sufrirá las consecuencias de la ruptura del orden institucional y, cómo no, del tiempo perdido. En tal sentido, parece haberse producido un cambio elogiable, aunque cualquier análisis resulte, todavía, prematuro.
Sin embargo, ciertas bases sobre las cuales parece asentarse este proceso iniciado hace escasos días indican que se está transitando un camino distinto. Acaso se trate -ojalá- de los primeros pasos hacia un porvenir mejor. El reconocimiento del "default" significa, no debe olvidarse, un duro golpe para el país, que acentuará su aislamiento internacional. Pero simultáneamente propicia la creación de nuevas oportunidades. Y es que, sin desmerecer ni omitir la trascendental importancia que posee el cumplir con los compromisos asumidos, era a esta altura de los acontecimientos obvio que la Nación debía privilegiar -en una auténtica disyuntiva de hierro- la emergencia social que estaba padeciendo, es decir, el salir de ella, más que el buen comportamiento en relación con sus acreedores. Se trata, primordialmente, de evitar que la sangría siga y de restablecer, aunque más no fuera en dosis mínimas, la confianza.
El que las reglas del juego no se hayan alterado de manera brusca o improvisada también significa un dato a tener en cuenta: no es a tontas y a locas que se encontrará la salida del túnel. Aunque con prudencia, habrá que avanzar y también, sin dudas, asumir ciertos riesgos. Porque quedó claro que permanecer inmóvil, esperando que la luz se produjera por generación espontánea, distaba de ser la receta.


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