Año CXXXV
 Nº 49.341
Rosario,
miércoles  26 de
diciembre de 2001
Min 19º
Máx 32º
 
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Reflexiones
A favor de Argentina

Cristina J. Coytía

Escribo estas líneas con la realidad de un diciembre atípico y la esperanza de un renacer argentino. Quiero expresar el sentir de muchas personas que, como yo, queremos al país porque queremos la ciudad en que vivimos, el pueblo en que crecimos y la cuadra que recorremos todos los días, con vecinos que nos conocen y saludamos. Gente que -al igual que usted y yo- se sintió agobiada física y mentalmente hasta que en este mes no aguantó más. Desde hace tiempo, muchas causas provocaron angustia, desesperación y desgarros. Entre las principales, el peso de la incapacidad y el autismo de las máximas autoridades y sus políticas. El desempleo y la imposibilidad de hallar nuevos trabajos para cualquier edad sumieron en la angustia a muchas familias. La clase media por el achicamiento forzado a que fue sometida en sus posibilidades educativas, en su capacidad de mantener condiciones de vida que laboriosamente se habían forjado y en su poder adquisitivo se vio empujada hasta el abismo. No menos importante fue la profunda indignación causada por los altos sueldos de los representantes del pueblo, léase senadores, diputados, concejales y adláteres que, recordemos, pagamos usted y yo, para quienes no hubo ningún recorte y sí dejaron caer en el pueblo los recortes. También fueron factores irritantes las pensiones inmerecidas, los cargos de favor otorgados según el más ortodoxo amiguismo en detrimento de la capacidad y el mérito de quienes se vieron postergados injustamente. Pero si hay que determinar un hecho puntual, señalo la forma imprudente y salvaje con que se concretó la bancarización compulsiva. Todos la sentimos como un mazazo. Avasallados en nuestros derechos y en nuestros bienes constituyó la leña que en estos tiempos de iliquidez, desempleo y terquedad ardió tras el esperado y desesperante discurso presidencial del 19 de diciembre ultimo y resultó en este caos de horas de muerte, saqueos y protestas incivilizadas y civilizadas. La locura se apoderó de muchos, la batalla se libró en el seno del mismo pueblo y el saldo es demasiado alto para no valorizarlo en su verdadera dimensión. Y en estas horas desgarrantes nos preguntamos ¿por qué tuvo que ocurrir si se podía prever? ¿Por qué se esperó si se podía evitar? Y si la ceguera de las autoridades nacionales era tan grande y su soberbia tan inmensa como para no ver lo que se veía venir o escuchar los avisos angustiosos de la Iglesia y el periodismo y algunos preocupados dirigentes de las ONG's.
Quiero expresar mi fe en la democracia, pero ha habido demasiado dolor para no ser exigentes: la democracia que nos merecemos debe ser legítima. Y que sea legítima no me alcanza. Tiene que ser seria. No me alcanza una democracia divertida de fiesta carnavalesca. Tiene que ser eficiente. Sin capacidad, en poco tiempo nos veremos mal. Tampoco me alcanzan nombres repetidos. Si tenemos que volver a barajar que sean naipes nuevos. Ha habido tiempo para que la gente se forme y en verdad la hay. Demos la oportunidad a otros. Hay que buscar gente nueva.
Por eso en estos tiempos de angustia y zozobra pienso en el mensaje que dejó la Navidad y nunca me ha parecido más oportuno para este, mi querido país. Es un mensaje de paz que tiene mucho para decir cuando hay dolor e incertidumbre. Es un mensaje de esperanza: habla de nacer. Y a la Argentina le viene justo para renacer. Es un mensaje con siglos de dos milenios de vigencia que nos enseña a sobreponernos a las vicisitudes y a colaborar en la reconstrucción. Y aquí sintámonos llamados todos. Con fe en nuestro gran país, demos lo mejor de nosotros para que no nos puedan demandar más generaciones que desperdiciamos nuestro presente y despilfarramos el futuro. Pongámonos otra vez de pie a favor de Argentina.


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