Año CXXXV
 Nº 49.340
Rosario,
lunes  24 de
diciembre de 2001
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Navidad: tiempo para renovar nuestra esperanza

Monseñor Jorge Casaretto (*)

Este momento de profunda crisis requiere gran entrega y sacrificio de parte de todos para alcanzar la paz social y reconstruirnos como sociedad.
Es un tiempo de entrega y sacrificio. Tiempo de hacer a un lado los intereses personales o sectoriales para trabajar todos juntos en pos del bien común. Es imposible dar nacimiento a una nueva sociedad sin un proyecto de país que incluya a todos.
Es tiempo de despojarse del hombre viejo para revestirse del hombre nuevo (Col. 3, 9-10). Esto quiere decir que debemos trabajar intensamente para guardar en el corazón sentimientos de paz, justicia, solidaridad, comprensión, caridad.
Esta situación no sólo es de gravedad para el presente sino que constituye una hipoteca social altísima. Debemos tomar conciencia de esto y comprometernos todos en la creación de condiciones de vida más humanas. Estas condiciones deben estar al servicio del hombre, de su dignidad y de su desarrollo como persona.
Cuando reflexiono acerca de estas cuestiones se vuelve inevitable la sensación de angustia y de agobio. Es entonces que la oración a Jesús, el Hijo de
Dios hecho hombre, nacido en Belén para nuestra salvación, se vuelve un refugio y una fuente que renueva la esperanza.
En esta Navidad contemplemos el pesebre y descubramos a ese Niño Jesús que nos habla de un Dios que al hacerse hombre quiere interesarse y participar de todo lo nuestro. A El ningún ser humano le resulta indiferente porque su amor es tan grande que en su corazón hay lugar para cada uno de nosotros. Un amor que no excluye a nadie.
Saber que hay un Dios que nos ama - "Me amó y se entregó por mí"- nos llena de esperanza. Todos podemos encontrar en El la fortaleza necesaria para sobrellevar estos momentos tan difíciles.
En esta Navidad, encarnemos el gran amor que Dios nos tiene y compartámoslo generosamente con todas las personas que nos rodean. Descubrámonos unos a otros como hermanos.
Para terminar esta reflexión quisiera compartir con todos una anécdota que contaba la Madre Teresa de Calcuta acerca de la solidaridad: en una ocasión, en Calcuta, no teníamos azúcar para nuestros niños. Sin saber cómo, un niño de cuatro años había oído decir que la Madre Teresa se había quedado sin azúcar. Se fue a su casa y les dijo a sus padres que no comería azúcar durante tres días para dárselo a la Madre Teresa. Sus padres lo trajeron a nuestra casa: entre sus manitas tenía una pequeña botella de azúcar, lo que no había comido.
Aquel pequeño me enseñó a amar. Lo más importante no es lo que damos, sino el amor que ponemos al dar. Renovemos nuestra fe en este Dios que hace 2000 años sigue naciendo entre nosotros.
¡Que vivamos una Navidad en paz! Les bendigo con todo el afecto en el Señor.

(*) Obispo de San Isidro y titular de Cáritas Argentina


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