El día después fue tan vertiginoso como el efecto dominó que provocó la renuncia de Fernando de la Rúa a la presidencia de la Nación. Apremiado por los tiempos constitucionales, el debate por la sucesión del radical se dirimió ni bien cayó la última ficha.
La sociedad, aún conmocionada por el shock de violencia, anarquía e incertidumbre que padeció en carne propia en las últimas 72 horas, asistió, asfixiada y sin inmutarse, al desembarco del PJ en la Casa Rosada.
Curiosamente más suelto de cuerpo, De la Rúa aprovechó sus últimas horas en la sede gubernamental, plagada de despachos desiertos y bultos embalados, para culpar al peronismo por el fin anticipado. Pero el bumerán regresó a sus manos cargado de acusaciones. Fue la instantánea de un solitario adiós signado por el caos.
Apenas De la Rúa se perdió en el horizonte, el justicialismo salió a mostrarse estratégicamente sólido, seguro de ser la panacea para la enfermedad que postró a la Argentina. Aunque si es un real entendedor de los mensajes que golpearon las puertas del poder materializados en piedras, no ignora que la receta debe estar exenta de más placebos.
El tiempo es veloz
Rápidamente, tras hacerse cargo provisoriamente del Poder Ejecutivo, Ramón Puerta definió el gabinete interino. Y hasta tuvo tiempo de protagonizar una paradoja: como el humo de la protesta social sigue filtrándose por todas las aberturas de Balcarce 50, al misionero no le quedó otra que calzarse el uniforme de bombero y ordenar el giro de dinero a las provincias y municipios para la asistencia.
Poco después, el justicialismo nominó a Adolfo Rodríguez Saá para ocupar la primera magistratura durante una transición de 60 días seguida por una elección de presidente y vice, con la controvertida ley de lemas incluida. La Asamblea Legislativa dará esta tarde el visto bueno, sustentada por la mayoría del PJ.
La jugada, todo un alarde de ingeniería política, consistió en un mix de las voluntades exteriorizadas por los gobernadores de las provincias grandes y chicas. Y buscó respetar la figura de los máximos líderes partidarios.
Sin embargo, dejó afuera el deseo íntimo del ex presidente Carlos Menem, quien apostaba a la permanencia de Puerta hasta la finalización del actual mandato, el 10 de diciembre de 2003, como única vía para hacer realidad el sueño dorado del retorno.
El futuro no tan lejano ya vislumbra un abanico de fórmulas presidenciales en el peronismo. Todo lo contrario a la UCR, donde la debacle de la administración delarruista hizo entrar en zona de riesgo la participación del centenario partido.
La clase política y la dirigencia económica saben que la impaciencia es el signo de estos tiempos. Sus consecuencias quedaron grabadas a sangre y fuego en la memoria colectiva a partir de una grave crisis sin precedentes. ¿Alguien querrá repetir esto?