| | Editorial Actitud conmovedora
| La columna editorial de cualquier periódico que se publique en la Argentina de hoy sufre de una superpoblación de temas problemáticos y asuntos difícilmente recomendables a la hora de levantar el ánimo. Claro que la obligación de todo medio de comunicación que se respete es reflejar la realidad, y la realidad del país -con Rosario notoriamente incluida- se ha tornado en los últimos tiempos altamente compleja, sin que las perspectivas del futuro inmediato sean necesariamente mucho mejores. Sin embargo, aun en ese difícil contexto existen noticias que deben ser contempladas como auténticos oasis, y que se relacionan con las mejores cualidades humanas. En la edición de ayer de La Capital, escondido en la parte inferior de la página 23, se podía leer un título a una columna que despertaba sensaciones como las descriptas anteriormente: "Unas 25 parejas se anotaron para adoptar a un chico Down", se leía, y las explicaciones se tornan superabundantes. Es que el hecho relatado se describe a sí mismo. Conocido es el profundo sentido de amor que encierran las adopciones. Ellas indican, simplemente, que la sociedad es capaz de suplir al padre y la madre biológicos por dos personas que cumplirán esa función desde el lugar verdaderamente trascendente: el del afecto. Esa tradición, la de que los hijos, en cierta medida, son de todo el grupo social y es el colectivo, en última instancia, quien debe hacerse cargo de ellos, pertenece a las costumbres más remotas -y queribles- de la especie. Pero si toda adopción encierra un significado enaltecedor, y una auténtica lección en el escasamente transitado terreno de la ternura, qué debe decirse, entonces, cuando el sujeto del acto es una criatura que padece del síndrome de Down. Al respecto, debe recordarse que este mal de raíz genética ya no se tiñe de los colores ominosos con los cuales se lo relacionaba en un pasado no lejano, y que quienes lo padecen se incorporan a la sociedad de un modo impensado hasta no hace mucho. Aun así, resulta transparente el que elegir a un niño de esas características -y se insiste en la carencia de sentido discriminatorio desde la cual se esgrime este concepto- es algo fuera de lo común, y demuestra una abnegación que merece un nivel similar de reconocimiento y elogio. Una sociedad que produce individuos capaces de gestos como el descripto da a entender que, si bien la crisis existe y es tangible, todavía no ha podido tocar los más profundos reservorios morales. La noticia proporciona, en síntesis, motivos para instalarse con sólidos fundamentos sobre el suelo del optimismo, más allá de lo que señalen los indicadores económicos. Y qué bien que así sea, al menos por una vez.
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