Nick Allen
Kabul. - Poco después de que los talibanes abandonaran Kabul el 15 de noviembre, un pequeño colectivo lleno de aldeanos rodeó un contenedor que bloqueaba la principal ruta hacia Bagram. El vehículo se salió del asfalto y pasó sobre una trampa explosiva hecha de una mina antipersonal y una bomba de 100 kilogramos. Los 17 pasajeros del autobús murieron en la explosión. Los restos del autobús son sólo un caso más entre decenas esparcidos en la ruta de 60 kilómetros que va desde la ciudad, atravesando el valle de Shamoli, hasta el aeropuerto de Bagram. Un camino sembrado de destrozados tanques soviéticos, vehículos blindados y tanques de combustible, restos de emboscadas de los combatientes mujaidines durante la ocupación soviética (1978-1989). Descrita como la entrada a Kabul, el área es un ejemplo relevante de los efectos de 22 años de guerra y miseria causada por los dispositivos mortales esparcidos en Afganistán, el país más infestado de minas del mundo. Incluyendo a las víctimas del minibús, hubo 31 muertos y heridos a lo largo de la ruta en las últimas cuatro semanas, dijo la institución humanitaria británica Halo Trust, que se dedica a la limpieza de minas y que opera en el país desde 1988. "Esta es una YM-1 iraní", explica Rahmat Ullah, un perito supervisor de campos de minas, mientras se inclina sobre una mina del tamaño de un puño semiescondida junto a un agujero en un muro en la desierta aldea de Rabat. "Probablemente haya dos o tres más junto a ella, para alcanzar a cualquiera que atraviese el muro por el agujero". Los cien gramos de explosivo que contiene pueden volar la pierna de una persona si pisa la mina. Pocos minutos después, enciende la mecha conectada a una carga de 200 gramos de explosivo y colocada cerca de la mina, para asegurarse de que es destruida. Se escucha una fuerte detonación y una nube de humo se eleva sobre las ruinas de Rabat. La escena se repite más de diez veces en la misma zona antes del almuerzo. Nadie sabe cuántas minas fueron colocadas en todo el país, primero por los soviéticos, luego por el régimen comunista afgano y por las distintas facciones de mujaidines que se enfrentaron unas a otras y, finalmente, por los talibanes y las opositoras fuerzas de la Alianza del Norte. Halo Trust cree que hay más de un millón. La organización afgana OMAR (Organización para la Limpieza de Minas, la Concientización y la Rehabilitación, por sus siglas en inglés), calcula, en base a su trabajo desde 1990, que la cifra se eleva a los seis u ocho millones de artefactos. Tal como están las cosas, las nueve organizaciones internacionales y afganas que actualmente se dedican al desminado en Afganistán necesitarán al menos 15 años para limpiar el país, predice el coordinador de campo de OMAR, Shah Walie. La mayoría de las minas fueron colocadas por las fuerzas de Moscú, "regalos para los niños de Afganistán y las futuras generaciones", señala amargamente. Alrededor de Kabul, OMAR ha pintado en varias paredes un mensaje advirtiendo de que al menos 20 personas mueren por las minas cada día en Afganistán. Usando imágenes sacadas de Internet, Walie intenta ahora ayudar a su personal de desminado construyendo modelos exactos de las pequeñas cargas explosivas procedentes de las bombas de racimo que EEUU lanzó sobre la capital y a lo largo del valle de Shamoli durante la campaña contra los talibanes. Walie calcula que unas 70.000 cargas explosivas de este tipo han caído sobre Afganistán desde septiembre y, si se cumple el principio general de que el 10% de cualquier tipo de bomba lanzada no explota, ahora el país tiene que afrontar un nuevo problema, los "regalitos norteamericanos". Se cree que uno de cada tres trabajadores de desminado de Halo Trust que murieron el mes pasado fallecieron cuando manipulaban una carga de una bomba de racimo. Pero dado el relativamente alto sueldo, de cien dólares, los casi 1.200 trabajadores locales siguen adelante con la peligrosa tarea. La mayoría sólo recibe un entrenamiento de tres semanas antes de empezar, mientras que los que trabajan para OMAR sólo dan dos semanas de cursillo. Cinco años después de haberse "alistado" en Halo Trust, Rahmat Ullah admite que su trabajo todavía afecta a su vida. Su mujer se preocupa terriblemente cada día y por la noche él tiene pesadillas con aldeanos que caminan en dirección a las minas. Pero no duda cuando se le pregunta qué es lo que obtiene de su profesión: "Es un sentimiento maravilloso cuando una zona queda limpia de minas y le dices a la gente que puede volver a casa".(DPA)
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