| | cartas Ecos de mi ciudad
| Esa mañana, y como lo hago casi habitualmente, salí a descubrir el día; puedo asegurar que no es una tarea sencilla y no son pocas las veces que vuelvo con las manos vacías. Esperé un coche de lo que aún nos quedan del transporte urbano, exhibí mi credencial de 69 años y marqué, no sin antes advertir que el chofer ni siquiera me miraba y mascullaba una indiferencia que aún no acabo por entender y que me hace pensar que no debe ser un nieto en el cual el cariño sea su mejor atributo. Sorteando baldosas flojas, bicicletas y algunos individuos sucios y mal entrazados, acomodé en la peatonal bajo mis pies e inicié mi periplo de cara al Paraná; aspiré el orgullo de ser rosarino y sentí, al ver los negocios recién abiertos y los pasos apresurados de la gente, como latía el corazón de la ciudad por un instante, creí llegar a lo que fuera un memorable punto de referencia, La Favorita, imaginé a cien metros de allí la "ideal de los novios" con alguna pareja enfrascada en sus sueños y sentí nostalgias, por el don de gentes que se respiraba en nuestra calle Córdoba angosta. Me senté en unos de los bancos de la peatonal al igual que otro señor. Pasados unos minutos rompí el silencio y le dije: ¿No cree usted que la indiferencia corrompe los sentimientos?...fue suficiente para entablar un diálogo enfundado en cautelosas palabras. Veníamos de otra época y no pudimos sustraernos a hablar de la pérdida de valores, de la solidaridad y de la relación entre abuelos y nietos. Había sido una mañana de siembra y cosecha y, felizmente, no regresé con las manos vacías. LE 5.976.188
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