"Amistad, huevo y lucha". Con estas tres palabras Tete, el bajista de La Renga, definió a la banda de rock de Mataderos que esta noche toca en el estadio cubierto de Newell's, a las 21. El anuncio del recital en Rosario corrió de boca en boca; casi no hubo afiches pegados, ni flashes publicitarios en las radios y TV ni avisos en las carteleras de los diarios. "Aún mantenemos el bajo perfil", dice Tete en el medio de una sonrisa tímida, desde su casa en el oeste porteño, pegado a la General Paz. "Respecto a los shows en el interior del país nos preocupamos un poco más en difundirlos pero en Buenos Aires todavía nos manejamos con volanteadas, además de tener una página en Internet donde los fans se enteran de los recitales de la banda", agrega Tete, que además de tocar el bajo fue quien ideó el logo de la banda que luego diseñó un amigo, Temis Sacomano. "Antes el logo era distinto, tenía una letra gótica", informa como sabiendo que un buen logo ayuda para llegar a la gente. En junio pasado, en la cancha de Huracán treinta mil enfervorizados jóvenes se dejaron llevar por el rock de dientes apretados de La Renga. Muchos de ellos ingresaron al estadio con el logo impreso en sus remeras. Esa noche nació "Insoportablemente vivo", el disco doble editado en septiembre último. Tete no se anima a ahondar sobre el fenómeno masivo que arrastró consigo una banda de barrio que hoy es número top del rock argentino. "Nosotros no tenemos explicación sobre este tema, ni tampoco la buscamos. La explicación quizá la damos sin querer arriba del escenario con los temas que hacemos -dice Tete-. Desde que empezamos a tocar tenemos una forma de sentir la música que me parece que es muy personal y, aunque hayamos crecido en estructura, la banda sigue siendo la misma". Para nosotros cada recital es el último", dice Tete, y enseguida aclara que no cree que esa tampoco sea la clave del éxito de La Renga. Es difícil de entender, admite. Como tampoco se pueden explicar los códigos de convivencia urbana nunca explicitados pero respetados a full por las bandas de fans, con sus pequeñas historias de amistad y cotidianeidad. Quien nunca fue a un recital de La Renga difícilmente entienda esto. "Son los principios que existen más allá de la música", señala Tete. "Nosotros también los respetamos", dice al instante y la voz suave del bajista no parece representar a una de las jetas de la banda más feroz y cruda del rock argentino. En una punta de años la historia va a decir que todo comenzó en 1988 en una de las esquinas (la de Directorio y Escalada) del barrio donde el mito de cuchilleros y matarifes es tan fuerte como el de La Renga. Se van a rememorar zapadas callejeras y el fin de una década esperanzadora. Y todo lo que vendrá será peor. Los hermanos Iglesias -Tete, un rocker a lo Vox Dei, y Tanque, todo un metalero además de taxista detrás de los parches- junto al cantante, y por entonces plomero, Chizzo, hacían covers de Creedence y Vox Dei. Así festejaron Año Nuevo. Pocos meses después, ya como La Renga, ensayaban para tocar en los clubes de barrio, y en abril del 94, sin más difusión que los cassettes piratas repartidos por ellos mismos (el más importante de ellos es "Esquivando charcos"), el grupo se presentó en Stadium ante 2.500 personas. Después, más temprano o más tarde, llegó el éxito, los buenos discos ("Despedazados por mil partes", "La Renga" y "La esquina del infinito") y el primer sello discográfico multinacional. J. L. C.
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