| | ¡Despertemos!, esto no es "democracia"
| Salvador V. Avedaño
En 1983 los argentinos creímos haber recuperado un preciado valor, poco tiempo disfrutado en lo que iba del Siglo XX, esto es, la democracia. Desde entonces disfrutando de una incuestionable y bien reconocida libertad, no advertimos que quienes nos gobernaban, sin excepciones, erosionaban silenciosa pero ininterrumpidamente las razonables y legítimas expectativas de paz, bienestar y prosperidad que todos esperábamos de este fascinante estilo de vida y forma de gobierno. Porque no supieron, no pudieron, o no quisieron, la impericia, la torpeza o la inconducta de los radicales de Alfonsín nos empujaron al tobogán de la hiperinflación, y a la crisis de 1989 y 1990. Recordamos todavía la angustia social que significó entonces la súbita reducción de salarios y empobrecimiento consecuente, la evaporación de los ahorros, la confiscación de depósitos y su trueque forzoso por los tristemente famosos Bonex. No podremos olvidar nunca lo espantoso de aquellos saqueos, provocados por la anomia, la desesperación, el hambre, y la rebelión social. Habíamos perdido la moneda, y con ella, la confianza pública en el Estado. Ese gobierno radical, que al irse pretendió justificar su fracaso invocando descaradamente su ignorancia (no supo), su imposibilidad (no pudo), o su falta de voluntad (no quiso), colapsó entregando el poder anticipadamente. Se abrió entonces la era Menem, quien necesitó un año y medio para incorporar a Domingo Cavallo, el cual, con la convertibilidad, maniató al Banco Central, prohibió la emisión sin respaldo, recuperando con ello nuestro signo monetario. Desde entonces un dólar es igual a un peso. Pizza y champagne Lo que no hizo Cavallo fue maniatar también a los legisladores y gobernantes, nacionales, provinciales y municipales, quienes -sin excepciones- incrementaron progresiva y exponencialmente tanto el gasto público como la presión fiscal. Así pudo "seguir la fiesta". No podíamos emitir, pero sí privatizar y endeudarnos... En la mayoría de los casos, en forma desaprensiva, imprudente, salvaje, irresponsable, económica y socialmente. Vendimos YPF. Hicimos un buen negocio. Pero quedaron poblaciones enteras sin el sustento de la actividad que las había originado. Hombres y mujeres despedidos, que rápidamente consumieron sus indemnizaciones, hoy conforman una pléyade de desocupados, con sus propiedades desvalorizadas, en su mayoría "piqueteros". Nada se previó para ellos. Se había cumplido con la Ley. Vendimos Aerolíneas Argentinas. Huelgan comentarios. Se cumplió con la ley. Vendimos los ferrocarriles, en particular porque el servicio era malo y nos costaba $ 300.000.000 anuales. Quienes los compraron, despidieron, e igualmente, indemnizaron, a 70.000 personas. Sin embargo, hoy seguimos gastando en los ferrocarriles, casualmente, 300.000.000 de dólares anuales, pero claro, ahora pagándoles subsidios a los concesionarios de los mismos, aunque no tengamos transporte ferroviario de pasajeros en el interior, y hayamos acumulado otra pléyade de desocupados. También aquí se cumplió con la ley. La fiesta de "pizza y champagne" se instaló impúdicamente en la sociedad. De ella participaron sólo unos pocos, en particular, integrantes de esta nueva casta que se ha desarrollado en la República, y que ya peyorativamente denominamos "clase política", de la cual podemos rescatar muy pocas excepciones. En 1995 el "tequila" suspendió la fiesta, que siguió luego de 1996, para caer, desde mediados de 1998 hasta nuestros días, en una recesión nunca experimentada. Y es así como, cuatro años después, nos encontramos con una Argentina colapsada, colosalmente endeudada, en virtual estado de default, con empresas que cierran, con niveles de desocupación nunca vistos y situaciones sociales de una pobreza tan extrema, impensables, con tremenda inseguridad y con perspectivas económicas y sociales tan ominosas que horroriza tan sólo imaginarlas. Curiosamente, a esta dramática situación no la produjo ninguna catástrofe como las que asolan a otras comunidades de otras latitudes del mundo. Al capital que originó este endeudamiento no lo disfrutó ninguno de los argentinos que trabajamos. A estas pérdidas de empresas no las produjeron ni los empresarios ni sus trabajadores. A esta desocupación no la quiso ningún agente económico, nacional ni extranjero. A esta inseguridad ciudadana no la prohijó la ciudadanía laboriosa y honrada, que tan sólo anhela vivir en paz y prosperidad. A esta desesperanza social ningún argentino bien nacido la quiso ni la imaginó. Los responsables Pero, ciertamente, hay responsables. Y tienen nombres y apellidos. En una República que se precie de tal, y en la que rija un genuino estado de derecho, debería ser posible individualizar, juzgar y seguramente castigar a los responsables de tales desastres económicos y sociales, con penas nunca menores ni diferentes a las que se aplican a quienes comenten delitos de lesa humanidad, ya que de eso se trata. Quienes desde 1983 han conducido los destinos de nuestra democracia, con la prolijidad de un orfebre, la han deformado en su misma esencia. Efectivamente, a pesar de las definiciones constitucionales, la nuestra no es una democracia precisamente representativa. Los legisladores, nacionales y provinciales, y los concejales, son todos elegidos por las cúpulas de los partidos políticos. Los ciudadanos no pueden integrar las listas de candidatos si no cuentan con el beneplácito de los que conducen tales cúpulas, a los cuales quienes resultan por ellas elegidos rinden evidente obsecuencia y obediencia. A la hora de votar las leyes acatan las instrucciones de quienes los eligieron, que es a quienes deben los cargos que ocupan. Es un claro toma y daca. La ciudadanía, en este contexto, no elige. Tan sólo vota, y con ello convalida una representatividad sólo formal, vacía de contenido, ya que ni siquiera conoce a quienes resultan electos. Tampoco es republicana. No existe rendición de cuentas de los funcionarios públicos. Tampoco responsabilidad patrimonial. Se percibe una clara impunidad. No hay transparencia administrativa. Tampoco se observa la debida independencia del Poder Judicial. Es dable observar cómo, para la integración aún de los mas encumbrados cuerpos, se propone y designa a personas con nulos antecedentes en la magistratura, y de indisimulable incondicionalismo político con el Poder Ejecutivo. Tampoco es federal. Nos invade un centralismo en grado tal que resulta obvio destacar esta falencia. Ciertamente, estas circunstancias han hecho posible que se haga de la política un negocio más, y de los partidos políticos, meras corporaciones de intereses en torno a tal negocio, cuya conveniencia nunca converge con las necesidades de la gente. Tal trama tendió a perfeccionarse en lo formal, con el famoso y espurio Pacto de Olivos y la consecuente reforma constitucional de 1994. Esta realidad nos permite afirmar que la República Argentina muestra, esencialmente, una forma de gobierno oligárquica, toda vez que son unos pocos los que la dirigen y quienes no cesan de expoliar a la población ni de someterla a su creciente pobreza. Y este es el centro de la cuestión a resolver. ¿Cómo se logra? No será fácil. Por el contrario, será difícil, pero es posible. Sólo será posible si la ciudadanía toma conciencia de esta realidad y dice ¡basta! Tomando conciencia de que estamos así porque dejamos que ello ocurriera. Porque no participamos en la vida ciudadana, creyendo, ingenua o perezosamente, que la política funciona con "piloto automático"; que "alguien" (los gobernantes) haría todo lo que nosotros necesitábamos, sin vigilarlos, sin controlarlos; sin pretender lograr elegir a los mejores hombres y a los mejores proyectos, desplazando a los incapaces y corruptos, sin demandar diariamente justicia, sin impedir, como ha ocurrido como consecuencia de tantas omisiones, la progresiva desnaturalización de las instituciones de la República. Patéticamente, hoy podemos comprobar que cuando la ciudadanía no cuida su democracia, con ella poco se come, poco se educa, y poco se cura, pudiendo agregar que poco se trabaja, poco se disfruta, poco se espera, poco se vive. Hoy, la tarea es de todos los argentinos, y básicamente es sólo una: refundar la República. Sólo así construiremos una sociedad madura, respetable y mundialmente creíble. Pongamos manos a la obra. Es la única vía para hacer renacer la esperanza de paz y de prosperidad.
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