Año CXXXV
 Nº 49.323
Rosario,
viernes  07 de
diciembre de 2001
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Editorial
Hora de responsabilidad

El momento que está atravesando la Argentina es grave. No sólo porque la crisis se ha instalado de manera aun más dramática en la vida cotidiana de todos desde el pasado lunes, cuando comenzaron a regir las nuevas medidas económicas vinculadas con la inmovilización de fondos en los bancos, sino porque la sensación general de escepticismo contribuye a reforzar el agobio de la gente. La esperanza, ese valor central a la hora de iniciar y sostener cualquier acción colectiva, parece haberse ausentado sin aviso. Por ese motivo se torna, hoy más que nunca, fundamental que las dirigencias asuman con responsabilidad el manejo de la situación, evitando cualquier gesto o actitud de sectarismo que sólo lograrían que el país dé un paso más hacia el cercano abismo.
Si bien, tomando en cuenta lo duro de la situación, el jueves próximo parece estar aún muy lejos, el paro nacional que ese día decidieron realizar las dos CGT dista de asemejarse a una solución a los crecientes, acuciantes problemas de la República. Claro que no puede quitarse legitimidad a los reclamos que se plantearían a través de una medida de esa naturaleza. El malestar y la bronca incluyen, en la actual coyuntura, a muchos ciudadanos, casi todos poseedores de un notorio fundamento para ello. Pero difícilmente sea la extemporaneidad de una protesta semejante el comienzo de un sendero tendiente a mejorar el estado de las cosas.
Las excepciones, ciertamente valiosas, no alcanzan en lo más mínimo para levantar el pesado bloque de desconfianza que se ha abatido, en la Argentina, sobre las dirigencias sindicales. Las cúpulas de las dos centrales obreras que decidieron el paro no parecen constituir, en tal sentido, un mejor ejemplo. Sin embargo, pese a que acaso no se sientan representadas por los líderes convocantes, muchas personas manifiestan su apoyo a la huelga porque descreen del camino elegido por el gobierno para sacar al país del empantanamiento. Muchas otras, acaso la mayoría, tal vez compartan el mismo espíritu crítico pero no el modo elegido para expresarlo. Pero por miedo, pasividad o simple costumbre, se limitarán a contemplar lo que suceda sin hacer nada más que rezongar, en la intimidad, por otro día de trabajo perdido.
No es el momento adecuado para continuar recorriendo la ruta de la fragmentación. Tampoco, para confiar en que los gritos, la eventual violencia o una jornada de parálisis económica contribuirán a disipar la recesión e incertidumbre imperantes. Sea cual sea el camino que conduzca a la salida, habrá que recorrerlo juntos. Uniendo, no separando; construyendo, no destruyendo. Con responsabilidad y paciencia. Y sin esperar milagros.


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