Año CXXXV
 Nº 49.322
Rosario,
jueves  06 de
diciembre de 2001
Min 17º
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Editorial
El imperio de la crisis

Desde el último viernes se ha desatado en el país un estado de ánimo particular, marcado por la incertidumbre, el malestar o la angustia, entre otros síntomas, a raíz de las nuevas medidas económicas implementadas por el gobierno. Se trata de un clima social que se ha ido agravando con el correr de los días, en algunos casos por las dificultades para asimilar la nueva operatoria (manejo del dinero electrónico, limitación para la extracción de efectivo de las cuentas bancarias) y en otros por la reducción sensible de las ventas.
Un simple recorrido por las entidades bancarias, por los comercios del microcentro o bien escuchando los comentarios de la calle ofrece un cuadro de situación donde cualquier extranjero podría decir que se ha entrado en una economía de guerra. Y no es así. Estamos lejos de ello y, por cierto, los graves conflictos internacionales nos muestran a diario de qué se trata la guerra: el dolor, el hambre, la pérdida de los seres más queridos, la destrucción de los recursos indispensables de una economía.
Nuestro país ha pasado por períodos verdaderamente caóticos, donde el odio político, el sabotaje o el autoritarismo de las corporaciones no permitían visualizar una perspectiva de progreso y libertad a corto plazo. Y sin embargo, fue en esas circunstancias donde la Nación encontró en sus mejores hombres, en sus instituciones políticas, económicas y sociales, las ideas y los instrumentos para una salida. Vale recordar, por citar dos ejemplos, el rol de la multipartidaria o la multisectorial durante la última dictadura; o bien la acción de todas las fuerzas democráticas para impedir que se materializaran los levantamientos militares en la década del 80.
La Argentina, precisamente, en este momento particular, en la cumbre de una economía recesiva que lleva ya más de 40 meses, requiere de una iniciativa o idea matriz que genere consenso político, recupere la confianza de la ciudadanía y movilice toda la fuerza productiva existente. Porque a pesar de haberse cometido persistentes errores en materia económica, de haberse distribuido arbitrariamente el gasto público y de haber tolerado un estado de corrupción crónico, aún posee una gran reserva para transformar el actual panorama en un modelo de desarrollo e igualdad de oportunidades para todos.
En consecuencia, el ciudadano común lejos está de ser responsable de esta situación, mucho menos de sentir algún cargo por no poder sobrellevar sus proyectos. Es, sí, un tiempo de reflexión y exigencia colectiva, en el cual la clase política -junto a la dirigencia económica y social- debe asumir su condición y procurar una respuesta común, urgente y superadora.


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