"¿Qué pasó, me cerraron el boliche?". La frase sonó una y otra vez el jueves 15 de noviembre en la esquina de Corrientes y Santa Fe. Es que el tradicional Bar Imperial, ubicado allí desde 1939, había bajado la persiana. Los habitués y vecinos tomaron el cierre del negocio con mucha tristeza, pero también como algo previsible en los tiempos que corren. Como sea, la esquina sin el Imperial jamás volverá a ser la misma. Un cartel pegado en la ochava del bar sorprendió a propios y extraños aquella mañana de mediados de mes: "Cerrado por fuerza mayor". Los parroquianos se miraban entre sí sin entender y anhelando que las puertas se volvieran a abrir, pero no fue así. Deudas de alquileres atrasados obligaron a los dueños del inmueble a no renovarles el contrato a los que tenían la llave del negocio, y el bar pasó a la historia. Claro que para los que concurrían todos los días a tomarse su cortadito, el golpe todavía se está asimilando. Es más, para algunos va a volver a abrir en cualquier momento y se refieren al Imperial en tiempo presente como si nunca se hubiese cerrado. "Es que ahí me siento cómodo. Yo voy desde el 74 y siempre fue el mismo bar. Creo que ese es el atractivo del negocio", dijo a La Capital Pepe, un vendedor de alimentos de 51 años, desde la mesa de otro boliche. El siempre se sentaba, a las 7.30, en la última mesa doble que daba a Santa Fe. "La moza ni me preguntaba lo que quería. Me traía el cortado con la medialuna salada apenas me sentaba. Y a los dos minutos ya me ponía a comentar una noticia del diario con el que tomaba el café de la mesa de al lado. Eso lo voy a extrañar", comentó. El Imperial tiraba actualmente unos 400 cafés diarios, una cantidad nada despreciable pero insuficiente para mantener una estructura de cuatro mozos, dos cafeteros y un cocinero. Uno de los cafeteros, Mario, era todo un símbolo del lugar. Con 27 años de antigüedad, se conocía vida y obra de cada uno de los habitués, y para muchos faltaba algo si no lo veían a él tras la barra. Sin embargo, el movimiento de público era tan similar todos los días que no hacía falta pasar décadas en el mostrador para ser parte del Imperial. Mariana, la moza más novata del bar, recordó algunas anécdotas. "Me acuerdo de Pedro, un cliente que llegaba todos los días a comer a la una menos cuarto del mediodía, y pedía siempre lo mismo: filet de pollo sin sal con verduras hervidas. Yo iba a la cocina y decía «haceme la comida de Pedro» y ya sabían qué estaba pidiendo", relató. El bar abrió en 1939, allá lejos y hace tiempo. El historiador Héctor Nicolás Zinni, en una nota sobre la memoria de los bares de Rosario publicada el 22 de abril en este diario, hizo referencia al Imperial y destacó su ubicación estratégica "debajo de LT2", ya que la radio estuvo muchos años instalada en esta esquina céntrica. "En tiempos de la radio con elencos estables, se agrupaban naturalmente los concurrentes en tres lugares distintos: los del radioteatro sobre la pared de la zona este; los músicos en las mesas del medio; y los parroquianos comunes en la parte oeste, sobre la esquina y al lado de las ventanas que dan por Santa Fe", precisó Zinni. La presencia de público vinculado con el mundo del espectáculo fue un dato característico en este bar. De ello puede dar cuenta Miguel Angel Vázquez, dueño del kiosco de revistas ubicado en la ochava de enfrente al Imperial, y que es todo un clásico desde hace más de medio siglo. "Al bar vi entrar a Pedrito Rico, Libertad Leblanc, Lolita Torres, y Norma y Mimí Pons, que salían de la boite Caracol y paraban ahí. Y también a cantantes como Jorge Valdez, Alberto Morán o Violeta Rivas", recordó, para luego describir con una frase el lamento obligado: "Ahora la esquina va a estar muerta". Elbio, empleado de un locutorio ubicado a metros del bar, comentó que algunos que eran clientes del Imperial entran a hablar por teléfono y se quedan un rato sentados esperando la nada. "La gente me dice: «Me quedo un ratito acá porque no está el bar y no sé qué hacer»", indicó. El gesto se repite en cada transeúnte que pasa por Corrientes y Santa Fe. Todos miran para dentro del bar pese a la deteriorada persiana baja, como queriendo encontrar algún amigo que apura un cortadito. Hasta parece que todavía se escucha el ruido de pocillos.
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