La relación odontólogo-paciente es un encuentro que, sobre la base de un síntoma somático, se establece entre la demanda de asistencia y el deseo de curar del odontólogo. Se piensa que pueden aislarse un cierto numero de características que están ligadas a la mediación corporal puesta en juego y, consecuentemente, a los fantasmas que ella genera. Antes de avanzar, es importante analizar los aspectos comportamentales y el cuadro espacial de esta interacción.
La evolución de la clínica conduce cada vez más a reinsertar el acto terapéutico dentro de un ensamble médico global, que implica una estrategia basada en la prescripción farmacológica, en la modificación de hábitos alimentarios, en el aprendizaje higiénico, en la consideración del modo de vida del paciente. Sin embargo, la práctica odontológica permanece centrada, antes que en otra cosa, en el acto quirúrgico. Que el objetivo de ella sea extraer o reparar, es esencialmente técnico. Esto exige por parte del profesional mucho de paciencia y de maestría; además, con frecuencia, como todo acto quirúrgico puede parecer irreversible.
No obstante, puede diferenciarse de la cirugía general en varios puntos. El acto quirúrgico es en principio excepcional. Por el contrario, la experiencia quirúrgica dental afecta hoy en día a casi la totalidad de la población, a cualquier edad y con independencia de la gravedad de la enfermedad.
Por otra parte, la intervención quirúrgica "médica", se practica en la mayoría de los casos bajo anestesia general. En odontología, la mayoría de las veces es operando en estado de vigilia. El acto se produce en una situación de proximidad física y relacional estrecha. El cirujano dentista y el paciente se encuentran en distancia mínima durante una sesión de trabajo.
Pese a estar garantizados por los aspectos sociales, los límites de la intrusión del profesional en la esfera íntima de su paciente son ambiguos y directamente dependientes de la representación (si no plenamente consciente) de su posición en ese momento preciso y de su capacidad para comunicarse con el otro.
Un segundo aspecto califica exclusivamente el dispositivo particular del acto odontológico. Ligada a la palabra, la boca se encuentra, durante los cuidados, momentáneamente amordazada, por lo que la pareja terapéutica carece de dialogo. Algunos autores recuerdan que intervenir sobre la boca es impedir la expresión del lenguaje o, lo que es lo mismo, perturbar más o menos profundamente el equilibrio relacional y social.
En la actualidad, tanto el mejoramiento de las realizaciones quirúrgicas como la loable preocupación sobre la no contaminación condujeron a privilegiar la colocación de campos operatorios, aislamientos absolutos o relativos, y a la utilización de la aspiración quirúrgica en detrimento de la salivación y del vaso de agua. Sin contar con que su espacio auditivo se encuentra saturado por el ruido del torno y las estridencias de la turbina; y que las sensaciones olfatorias pueden vivirse como desagradables y hasta agresivas.
En cuanto a las posiciones espaciales respectivas de los dos protagonistas, ellas se ajustan al carácter particular de la reunión. Ciertamente, uno actúa y el otro sufre, y esta no es la única situación donde ello se produce. Pero aquí el paciente no ve las actitudes del odontólogo sobre sí mismo; los anticipa.
Por otra parte, los protocolos de microcirugía cada vez más minuciosos imponen la posición acostada del paciente y de sentado del odontólogo. En esta posición de trabajo, el profesional frecuentemente se debe desplazar, dentro de la racionalidad ergonómica, detrás de la cabeza de su paciente. Esto extiende así esa dimensión de lo no visto; mas allá de la actividad realizada en el interior de la boca durante un tiempo breve, se debe agregar la salida del profesional del campo visual del paciente.
Según su personalidad profunda, los pacientes experimentarán, con mayor o menor intensidad, reactivaciones psíquicas que pueden movilizar el encuadre particular de la situación. Toda intervención en el nivel de la cabeza, zona corporal saturada de órganos receptores, es neurológicamente experimentada de forma muy intensa por el individuo.
Por último, si la visita al dentista sobreviene a veces en la urgencia (podría decirse que retardada por la angustia de otro dolor por venir), es muy frecuente que esté destinada a llevar adelante fases terapéuticas repetidas, que se desarrollarán durante varios meses y a veces años.
Plano psicodinámico
¿Cómo puede el odontólogo ser imaginado por su paciente en el plano psicodinámico? Antes que nada, alguien que alivia y repara. Este es el "objeto bueno". Pero, al mismo tiempo, en toda la ambivalencia de la psiquis humana el que lo agrede el "objeto malo". Es el debe hacer mal para sanar el dolor. Puede entonces suponerse la naturaleza y la intensidad de las proyecciones por parte del paciente, de las cuales el odontólogo será el sostén.
El odontólogo ideal debiera, dentro de la regresión que permite el tratamiento corporal, poder tratar las angustias persecutorias que inundan a su paciente.
Numerosos investigadores exploraron los diversos medios para comprenderlo, con la esperanza de suprimirlo. Fue un dentista americano el que se constituyó en el pionero de la anestesia general y, luego, el progreso de la farmacología, de la electroanalgesia y de las tecnologías operatorias lo atenuaron en forma considerable. Algunos piensan lo mismo sobre las practicas musicoanalgésicas e hipnosofrológicas.
Pero el efecto de la casi desaparición del dolor físico no hizo más que poner de relieve el sufrimiento psíquico subyacente, a veces reactivado por la situación de cuidados, lo cual sorprendió a aquellos que no pudieron hacer la distinción desde un comienzo.
En un estudio anglocanadiense, dos psicólogos conductistas buscaron poner en evidencia los trazados de personalidad característicos que diferencian a los pacientes que consultan con regularidad al dentista para control, de otros que lo hacen en forma esporádica. Los segundos atribuyen todas sus reticencias al "miedo al dentista". Esta comprobación es independiente de la edad y el sexo.
Los autores formularon la hipótesis de que esta podría estar desventajosamente ligada a los modelos familiares. Su conclusión señala que los dentistas podrían aportar algunas ideas en cuanto a la consideración de los pacientes.
Un equipo trató, en 1998, de definir a partir de una encuesta cuál era, para los pacientes interrogados, el perfil del "dentista ideal". Entre los criterios propuestos, los pacientes acordaron poca importancia a las variables comportamentales (decorado, edad, anestesia local, tiempo de atención, forma de pago, etcétera). Por el contrario, dentro del total de categorías, la que predomina es la benevolencia (36%), seguida por la destreza (34%) y la "capacidad de resguardo frente a la angustia del dolor" (31%). En sus conclusiones, los autores afirman que las más grandes resistencias que se pusieron en evidencia provinieron de una falta de comunicación entre el dentista y su paciente. La opinión de los encuestados es que los tratamientos dentales son demasiado impersonales. Agregan que 35% de los encuestados que no consultan invocan su miedo a las sesiones.
Los autores proponen aprovechar las atenciones de urgencia para establecer con el paciente una relación tan constructiva como fuere posible ya que es la única manera que tiene el dentista de animar a su paciente a participar de los tratamientos preventivos.
Enzo Martín Rosa
Odontólogo