En muchos casos las enfermedades mentales severas exigen una atención y cuidados específicos que sólo pueden brindarlos instituciones preparadas para esto. Ante la decisión de internar a un familiar suelen surgir dudas en la familia. No hay que tomar la internación como un castigo para el enfermo o una forma de "quitárselo de encima". Por el contrario, es necesario asumirla como un cambio de domicilio.
Sin embargo, es frecuente que en el grupo familiar se planteen algunos interrogantes, como el temor al deterioro del enfermo. En realidad esto no es así, ya que cuando se toma la decisión de internarlo la persona ya está deteriorada y a veces los familiares no lo han detectado. Esto es posible porque el propio proceso crea en el paciente una incapacidad para reconocer sus falencias, llamada agnosia. Además la internación de por sí no agrava la pérdida neuronal que se ha producido y seguirá produciéndose.
En cuanto al sentimiento de culpa del familiar, es el factor más importante para vencer, máxime cuando prima el afecto. Se deberá comprender que el paciente si bien tiene el mismo cuerpo que cuando estaba sano, su cerebro ya no es el mismo. Este carece de un número importante de neuronas, de modo que procesa las ideas de manera distinta a como lo hacía antes. Habrá que entender que separarse del paciente no constituye una comodidad para el familiar sino de una necesidad para él y su grupo familiar.
Momento de decisión
El consentimiento de la internación debería surgir de un consenso familiar. Esto no siempre es posible, sin embargo una vez decidida se plantean diversas situaciones, entre ellas, las visitas familiares, el contacto social y las llamadas telefónicas. En las instituciones dedicadas al cuidado de pacientes con trastornos mentales muchas veces este es un punto conflictivo. Le corresponde a la institución reglamentar los horarios. Cuando no se trata de familiares directos la atenuación progresiva de las visitas es la regla.
En cuanto al contacto social de la persona internada, es muy importante que además de las visitas se refuerce el contacto con la familia. Esto se logrará haciendo partícipe a la persona enferma de las reuniones familiares, almuerzos, eventos y paseos. En cuanto a las noticias desagradables convendrá mantenerlo actualizado, ya que puede sentirse aislado al no informarle sobre la muerte de un ser querido. Sin embargo, no convendrá insistir en esta actualización si el paciente no demuestra interés.
El uso del teléfono debe ser interpretado como un recurso para la búsqueda de afecto, generalmente camuflado en un pedido de ropa o comida. No conviene negarlo, puede ser disuadido posponiendo la concreción del pedido.
Consecuencias de la agnosia
La agnosia (incapacidad para reconocer a personas u objetos) le facilitará adaptarse a una nueva vida, ya que tendrá nuevos horarios, comidas, visitas, salidas. No siempre esto es un problema mayor ya que inexplicablemente aquel ser exigente y puntilloso acepta ahora fácilmente las nuevas condiciones impuestas por la angustia, mientras que los familiares, al ver esta situación sufren y padecen.
Como la agnosia es la que domina el cuadro, conviene estimular a la persona con hechos, recurriendo a recursos no verbales, mostrándole fotografías del pasado, llevando a los niños, comiendo con él, tomándole las manos...
Llamar al paciente por su nombre si bien es una comunicación verbal constituye un recurso tan ancestral que es muy difícil que pese a la agnosia se pierda y siempre es bien aceptada.
La desorientación forma parte de la agnosia. Es común que se pierda en su propia casa no encontrando el baño o su cama. Se debe comprender que esto le ocurra en un lugar nuevo como la institución. En lugar de reprenderlo por estas acciones se deberá enseñarle una vez más. Es conveniente señalizar de alguna manera los lugares para facilitar la identificación de cada uno de ellos.
Consecuencias de la represión
La autoestima es muy difícil que se pierda hasta en las etapas más avanzadas de la enfermedad. La lucha por imponer sus ideas y evitar la invasión del espacio propio por los demás hace que su patrimonio, a veces reducido a unas escasas prendas, sea reclamado y defendido. Esto se agrava con la pérdida de la memoria que lo hace reclamar objetos inexistentes. Es muy difícil hacer comprender al paciente esta situación.
Como consecuencia de lo anterior se generan conflictos entre los internos y el personal. Estos últimos conocen del tema y por lo tanto sabrán disuadir la pelea con un caramelo o un cambio de ropa.
Otra de las conductas frecuentes es la acatisia, una necesidad imperiosa de moverse y el wandering, la obligación de deambular. Si el paciente se encuentra en un lugar estrecho convierte a esto en un problema serio que puede menguarse si habita en un lugar amplio donde pueda movilizarse sin molestar. El cansancio que esto provoca puede resultar beneficioso para el reposo nocturno. No es conveniente intentar tratar esto con sedantes que provocarán otras consecuencias más desagradables aún.
La sexualidad
Son pocas las veces en las que la sexualidad está verdaderamente aumentada en el demente. Hay que tener en cuenta que la amistad tanto hacia el mismo sexo como hacia el opuesto es una condición ancestral que no siempre tiene una connotación sexual.
La excitación libidinosa es innegable, pero en los ancianos está disuadida como en el demente están disminuidas las represiones. Esto suele ser causa de problemas pero lo común es que sólo llegue a un manoseo o alguna conducta antisocial.
El exhibicionismo y la desnudez son acciones frecuentes en pacientes agnósicos. Se suelen quitar las prendas en público creyendo que lo realiza en un lugar adecuado. Esto generalmente no constituye una maniobra libidinosa. El exhibicionismo lleva implícito una mostración con un fin concreto. Esto pocas veces se da en el demente.
De la misma manera la agnosia hace que la persona se equivoque de cama y este tipo de errores son malinterpretados. Las maniobras de disuasión suelen tener éxito para solucionar el conflicto.
Edgardo F. Marelli
Asesor del comité científico de Alma