Sergio Roulier
Al barrio Esteban Echeverría los vecinos no lo conocen por su nombre. Esa identificación es sólo para el catastro. Lo llaman General San Martín o Villa Manuelita. Va desde Grandoli al río y está entre los barrios Tablada y Saladillo. El centro de la zona se ubica detrás del viejo tanque de agua, hoy convertido en destacamento policial. Pasando Uriburu, se levantan distintos edificios del Fonavi -un mundo aparte- y el parque del Mercado. Es un sector ocupado por asentamientos precarios con altos niveles de desocupación y marginalidad. La inseguridad y la droga son una amenaza cotidiana. Sin embargo, hay gente que todavía lucha. Su historia está vinculada a la actividad de sus habitantes. Primero fue una zona de quintas y campos. Era un paso entre el centro y las piletas del Saladillo y el tranvía 11, que pasaba por Grandoli, era el medio de transporte. Además de los frigoríficos y la curtiembre Cappa, el puerto fue la principal fuente de empleo. La urbanización se dio con los barrios Evita. Uno de los grandes cambios se vivió con la mudanza de un sector de la villa a Las Flores. Después llegaron los Fonavi y los asentamientos sobre las tierras fiscales. La caída de la actividad portuaria y de la Junta Nacional de Granos condenaron al barrio. Hoy, el paisaje urbano se divide entre complejos habitacionales, viviendas humildes y villas de emergencia. El padre Andrés Rosso, de la parroquia de Fátima, asegura que el 80 por ciento de la población está desocupada, muchos viven del cirujeo y los que tienen trabajo son portuarios o personal de la industria de la carne. "Es gente de muchos valores, y la miseria se vive como falta de oportunidades para desarrollarse libremente", apunta. Hay cuatro asentamientos irregulares identificados. El del "puente negro" de Ayolas y Convención es el que se hizo famoso cuando el Tochi Sosa cuereó y asó un gato para la televisión porteña. Según un reciente relevamiento de Promoción Social, en los asentamientos sólo un tercio de los habitantes tiene trabajo o vive de changas. El 96 por ciento de los jóvenes de entre 14 y 24 años no terminó la secundaria y casi la mitad de la población total son niños menores de 12 años. La asistencia social se desborda. Los comedores escolares están repletos, los centros de salud no alcanzan y muchos van al de Tablada, y sólo las escuelas de Fátima tienen unos dos mil alumnos. La gente se las rebusca como puede, vende ropa usada en la calle o productos de limpieza en las esquinas. La avenida Grandoli, entre Doctor Rivas y Uriburu, se convierte en una zona comercial con ofertas de indumentaria y comida. El tanque de agua es el símbolo de la zona. Los vecinos lograron que se lo convierta en un destacamento de la Policía. Creen que la cantidad de delitos disminuyó, pero son una amenaza latente al salir a la calle. Del otro lado de Uriburu cambia todo. Allí están los Fonavi. Sobre la costa están el de los universitarios y el más nuevo, a la altura de Gutiérrez. Más cerca de Grandoli se levantan las torres más viejas, de hace unos veinte años. Desde la vecinal Aráoz de Lamadrid aseguran que en los edificios también el desempleo es el denominador común en la mitad de las familias. Además, enumeran una larga lista de problemas barriales como las cloacas, los desagües pluviales, la limpieza y la venta de droga. Tienen el privilegio de contar con uno de los grandes parques de Rosario, el del Mercado. Sin embargo, su coordinadora, María Elena Pini, destaca que el predio lo usan más los que vienen de otros barrios o de localidades cercanas que los propios vecinos. Esteban Echeverría lleva la marca de estar en el sur de la ciudad, uno de los sectores más castigados. Pero tiene gente acostumbrada a pelear y trabajar duro, esa es la esperanza que lo mantiene vivo.
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