Año CXXXV
 Nº 49.318
Rosario,
domingo  02 de
diciembre de 2001
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Cómo fue el episodio que motivó la sanción de Eduardo Fridman
El médico homicida fue sancionado por agredir a una mujer y su hija
"Todos sabían que era agresivo y estaba armado, pero nadie hizo nada", indicó la denunciante

María Laura Cicerchia

Fue protagonista involuntaria de uno de los crímenes más inexplicables de los últimos tiempos. Cecilia Monserrat es la mujer que presentó la queja por malos tratos por la cual el médico Eduardo Fridman asesinó al gerente de la Asociación Española de Socorros Mutuos, Claudio Zampol, cuando éste le anunció que sería suspendido por quince días a raíz de esa denuncia. La mujer había soportado una catarata de groseros insultos de parte del profesional, quien le destinó los reproches por una causa inverosímil: estaba fuera de sí porque la mujer había demorado en llamar el ascensor. Convencida de que su reclamo fue justo y cansada de que justifiquen al homicida por su condición profesional, Cecilia decidió contar a La Capital cómo fue la agresión que sufrió de parte de Fridman que desencadenó el asesinato.
"Jamás pensé que todo iba a desembocar en tamaña locura, pero estoy convencida de que si la gente se hubiera quejado antes esto se podría haber evitado", escribió Cecilia en una carta de lectores que motivó esta entrevista. Había decidido guardar silencio pero resolvió contar su caso para que "la gente tome conciencia de que lo que está mal hay que denunciarlo y no justifique lo injustificable".
Cecilia tiene 35 años, dos hijos, trabaja en un estudio jurídico y está a punto de recibirse de abogada. Es clienta de la Asociación Española desde el mes de julio pasado, cuando su marido perdió su obra social y decidieron asociarse a la de sus padres. Allí, el 22 de octubre pasado, le tocó vivir un incidente que, por las consecuencias que tuvo, difícilmente pueda olvidar.

Descontrolado
La mujer nunca había sido paciente de Fridman. No lo conocía y tampoco sabía quién era cuando se enfrentó con él por primera vez. Estaba en la planta baja de la obra social esperando el ascensor para llevar a su hija de 12 años al endocrinólogo que atiende en el tercer piso cuando se acercó Fridman. "Cuando bajó el ascensor no alcancé a abrir porque lo llamaron de arriba. Entonces el tipo empezó a quejarse", contó Cecilia.
"Con lo apurado que estoy me hacés perder el tiempo. Hace tres horas que estoy esperando el ascensor", le reprochó el médico, en mal tono. "Bueno hay que tener un poco de paciencia", le respondió Cecilia a modo de disculpa. Y entonces comenzaron los insultos: "Me empezó a gritar «pendeja de mierda, hija de puta», y barbaridades por el estilo que me da vergüenza reproducirlas. Todo porque supuestamente yo le hacía perder tiempo. Pensé que el tipo estaba loco y que se sentía impune", dijo Cecilia.
La agresión verbal continuó cuando Cecilia, su hija y el enfurecido médico subieron al ascensor. En ese momento la mujer no lograba articular una respuesta. Sólo se animó a preguntarle quién era. "Qué te hacés la que no me conocés si acá me conoce todo el mundo. Quién te creés que sos", fue la respuesta de su interlocutor. El hombre siguió gritando improperios y ni siquiera se calmó cuando llegaron al tercer piso, donde lo esperaban sus pacientes.
Cuando una secretaria le contó, atemorizada, que ese era el doctor Fridman, Cecilia "no podía creer que era un médico. Por el léxico, por la reacción, y por la forma que iba vestido, con una chaquetilla amarillenta y sucia. Menos mal que no se me ocurrió contestarle nada porque el tipo iba con el maletín y a lo mejor sacaba el arma".
Al relatar el problema que había tenido con el doctor Fridman, Cecilia percibió que se cruzaban miradas cómplices entre los empleados administrativos. Estos le dijeron que hablara con Zampol, quien le pidió un descargo por escrito.
Zampol "me dijo que recibían muchas quejas contra Fridman pero no podían hacer nada porque nadie las pasaba por escrito. Me pareció una persona súper correcto", recordó Cecilia. Al día siguiente su reclamo escrito (ver aparte) estaba sobre el despacho del gerente. Cuatro días después Zampol la llamó por teléfono: "Me dijo que me iban a llamar para que me notificara de la sanción que le iba a imponer la Comisión Directiva. Y después me enteré por televisión de que lo habían matado", contó.
Eso fue el 19 de octubre pasado. Disconforme con la sanción disciplinaria, Fridman le había disparado a la cabeza con su arma calibre 38 y luego se retiró a tomar una gaseosa en el bar donde lo detuvieron. Llevaba con él el arma homicida.

"Todos sabían"
Ahora Cecilia piensa que todo se podría haber evitado: "Todos los que trabajan en la Asociación sabían que el tipo andaba con un arma. Los empleados me dijeron que el tipo era agresivo y violento. Todos sabían. Para mí eso es ser cómplice de la situación", señaló.
Para Cecilia, Fridman no estaba en condiciones de trabajar. "Creo que la obra social tiene algo de responsabilidad en esto. En algún momento tendrían que haberle hecho un examen psicológico. Lo que pasa es que la gente tiene mucho miedo a denunciar. Entonces las cosas pasan y llega un momento en que no hay arreglo. Yo creo que esto se podría haber prevenido".
-¿En algún momento te arrepentiste de haber mandado la queja? \-No. Nunca. Yo había vivido una situación muy violenta y mi hija estaba muy asustada. Creo que tanto el gerente como yo actuamos como debíamos. En un momento me sentí mal al pensar que fui la que impulsó la acción de él, pero pensar así sería justificar la locura del tipo. Sea quien sea, si mató a alguien tendrá que ir preso y cumplir su pena. Así se maneja una sociedad civilizada.



"Pensé que el tipo estaba loco y se sentía impune".
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