| | Incertidumbre. Las torpezas del poder y la desconfianza de los inversionistas Análisis: La crisis política lleva al abismo económico
| Jorge Levit
Los temores de la gente y los rumores que han estado dando vuelta desde hace varias semanas se confirmaron sobre la medianoche del viernes: el gobierno tuvo que intervenir en el sistema financiero porque la fuga de depósitos estaba fundiendo a los bancos. Ninguna apelación a la calma, a la confianza y ni siquiera la flamante ley de intangibilidad de los depósitos sirvió para que la población no se volcara masivamente a retirar los ahorros, el único dinero que todavía quedaba disponible. En un país donde se especula en off y también en público sobre cuándo será la fecha en que De la Rúa deje anticipadamente el gobierno es casi imposible que cualquier medida económica alcance el objetivo deseado. El efecto psicológico, las expectativas y la confianza son factores relevantes de cualquier estrategia en materia de política económica, pese a los discursos cargados de tecnicismos de los economistas, que volvieron a fracasar. La equivocación en el análisis sobre la situación actual parte en considerar que el origen de la crisis es solamente por la aplicación de erróneas decisiones en materia económica y no en el profundo desorden, irresponsabilidad y estupidez de los que toman las decisiones políticas. La Alianza fue otra gran desilusión para los millones de argentinos que la votaron y confiaron en que, al menos, tendría el coraje político para remediar los problemas básicos de la sociedad, como el desempleo y la pobreza. Con sólo observar y recordar algunas situaciones puntuales la explicación se torna muy clara: * Un vicepresidente que renuncia por internas del poder al mejor estilo de un país bananero de la década del 60, un presidente insulso y desprestigiado en poco tiempo que dice que los argentinos gastan poco y que por eso no se reactiva la economía. * Sindicalistas que festejan a los gritos la salida del gobierno del único funcionario que se animó a pedirles declaraciones juradas de bienes. * Un grupo de senadores sospechados de haber votado una ley de reforma laboral con el soborno del gobierno (que encima no sirvió para nada) cumplieron su mandato y fueron sobreseídos por un juez, que fue lo último que hizo. * Funcionarios que no paran de decir pavadas y hacer anuncios que nunca se cumplen o, peor aún, salen al revés de lo formulado. * Un gobierno que ya no tiene fortaleza para negociar con la oposición la sucesión presidencial y pierde la titularidad del Senado en manos del peronismo. * Un país que aún hoy recauda casi cuatro mil millones de pesos mensuales y no dispone de 200 millones cada treinta días para que los jubilados del Pami no mendiguen asistencia. Una vergüenza intolerable. Todos estos y tantos otros casos se conjugan para que la desconfianza sea lo único que progrese. Un analista extranjero confió descarnadamente su visión sobre país y la crisis: "Ustedes, los argentinos lo único que tienen para festejar es cuando juega la selección de fútbol". Y pese a lo apocalíptico del mensaje, no ha estado muy errado. La Argentina ya ha entrado en cesación de pagos con los tenedores de bonos internos, parcialmente con los ahorristas y en los próximos 90 días con los acreedores externos. El canje forzado de deuda es una señal clara que con los intereses usurarios pactados por el Estado para tomar desesperadamente crédito, los compromisos no podían ser honrados. Y en el sistema capitalista esto se llama default, es decir, no poder cumplir con las obligaciones financieras. Por eso el riesgo país duplica a una casi tribal Nigeria y está por encima de otros países emergentes con menos recursos naturales, industrias y nivel educativo que la Argentina. En el exterior nadie cree que la Argentina pague su deuda. Dentro del país los propios argentinos desconfiaron también del sistema financiero que regula el gobierno y causaron una corrida bancaria. Desde afuera y desde adentro el panorama es más que complicado porque nadie cree más en las promesas, en los discursos ni en los planes de los economistas. Aunque generen también poca confianza, la solución está en manos de los políticos y de la gente. Los países europeos han salido de situaciones similares a través de grandes reformas políticas. En la Argentina da la sensación que el sistema presidencialista está agotado y que las formas parlamentarias más modernas son las aconsejables. Con un presidente más para el protocolo que para otra cosa y con un primer ministro con el poder real pero fusible cuando pierde mayoría en las cámaras, los recambios de gobierno son menos traumáticos. Así, la Alianza hubiera caído hace meses y las elecciones anticipadas serían algo natural del sistema y no tan dramático como aparecen ahora. No puede haber magia de la economía en un país que no resuelve primero sus problemas domésticos de liderazgo y de falta de entendimiento entre los políticos. La Argentina puede recuperarse pero si el enfoque sigue equivocado el final está cerca.
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