Año CXXXV
 Nº 49.318
Rosario,
domingo  02 de
diciembre de 2001
Min 12º
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Editorial
Moratoria: ¿excepción o regla?

El anuncio de que el Concejo aprobó una nueva moratoria para regularizar las deudas con el municipio fue recibido con alegría por una parte de la ciudadanía y con rezongos, fuera de toda duda, por la otra. Ambos sectores tienen fundamentos para sentirse complacidos, en un caso, o hasta estafados, en el contrario; ocurre que la crisis económica golpea muy duro, y entonces quienes no pudieron pagar en su momento debido a razones más que atendibles reciben ahora una nueva y bienvenida oportunidad. Pero también se encuentran -y no son escasos, lamentablemente- los exponentes clásicos de la llamada "viveza criolla", que bien hubieran podido cumplir con sus obligaciones pero optaron por no hacerlo. Y ahora, eso es lo triste, tal funesta actitud se ve recompensada.
De allí que surja la necesidad de reflexionar sobre este hábito que últimamente, como se verá, se ha extendido de manera notoria. Los datos revelan la realidad con transparencia meridiana: octubre de 1996, julio de 1997 (con una prórroga posterior para octubre del mismo año), mayo de 1998, diciembre de ese mismo año y septiembre del 2000 son las fechas de anteriores moratorias municipales. ¿Demasiadas? Por cierto que sí, pero también -corresponde recordarlo- fue creciente el nivel de pauperización provocado por la recesión y el consecuente aumento del desempleo.
Son las dos caras contrastantes del fenómeno. Pero acaso el aspecto negativo deba ser remarcado. Es que la constante emisión de perdones terminará por generar, en la sociedad, una cultura de la evasión. Pan para hoy, hambre para mañana, pareciera ser el dicho popular acorde con lo que está ocurriendo. La necesidad del Estado de recaudar dinero -poco y mal, antes que nada- se impone sobre su deber de ser justo y ecuánime.
Sin embargo, el rigor del presente justifica que se aplique una dosis extrema de comprensión. La crisis que azota a los argentinos es inédita. Inéditas deben ser, entonces, las medidas que permitan que los engranajes económicos continúen moviéndose.
Aunque, se insiste, los límites también resultan necesarios. Porque la desvirtuación que significa para el esfuerzo realizado por los cumplidores la recurrencia de las moratorias es total. Y cuando la noción de responsabilidad se licúa, cuando no se establece claramente un sistema de premios y castigos, los tejidos sociales se debilitan de una manera que no puede ser calificada sino como peligrosa.


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