| | Reflexiones Soberanía e identidad
| Eduardo Bazikovich Héctor G. Pugliese
La historia de las sociedades que se constituyeron en naciones revela que hicieron de su soberanía un postulado básico de su razón de ser y de su propia existencia. El devenir de las comunidades que formalizaron lazos de sangre, lengua, lugar y en particular un proyecto común enseña que han custodiado con celo su capacidad de decisión, su poder de resolución y la tutela de sus intereses, que no necesariamente son siempre económicos. Cuando en las actuales circunstancias se menciona el término soberanía, inmediatamente se le asigna un carácter retrógrado, propio de un tiempo social y político ya superado y que no se corresponde con las nuevas pautas culturales e ideológicas que las empresas de comunicación social tratan de imponer. Si nos remitimos a la historia de nuestro país, podemos extraer excelentes enseñanzas de lo importante que es ser Soberanos, en el estricto sentido del término, sin acepciones o elucubraciones propias de concepciones que no tienen su arraigo o su futuro puestos en el territorio, motivo por el cual desestiman y estigmatizan la soberanía de una nación. La historia argentina es rica en testimonios de defensa de su soberanía, cientos de combates y batallas, innumerables debates parlamentarios, excelente bibliografía y vidas dedicadas a ilustrar a los conciudadanos sobre la trascendencia de ser independientes como signos de una sociedad que aspira a proyectarse en la historia. Esta postura de ser protagonistas y artífices de nuestro propio destino, no lleva implícito una actitud aislacionista o carentes de solidaridad o integración continental. Por el contrario, desde una posición digna es donde una comunidad puede diseñar su futuro, ser respetada y merecer la consideración de propios y extraños. Las naciones que han mantenido enhiesta su identidad y sentido de pertenencia, son protagonistas en el concierto internacional, fijan con hidalguía sus posturas y defienden con honor a sus ciudadanos. Los que renunciaron a ella, en aras de un esnobismo seudo intelectual que determinan ciertas corrientes economicistas, hoy languidecen no sólo desde el punto de vistas económico sino que han desdibujado con comunidad integrada. Han desestimado por influencias espurias, el manejo de sus áreas vitales y de los resortes esenciales de la conducción del estado. No se trata de reivindicar un estatismo inconducente, sino bregar y tutelar los intereses y valores imprescindibles, sin cuya vigencia lo que era una Nación se transforma en una entelequia o colonia, en alguna oportunidad con intenciones de ser próspera después de haber renunciado a la conducción de su mismo destino. Llama la atención que desde donde surgen los mayores estudios y tratados sobre la poca importancia o caducidad de los principios soberanos, son los que más defienden, apoyan, alientan y sostienen la misión tutelar sobre sus respectiva sociedades, sin resignar un ápice la defensa inclaudicable de sus derechos. El pasado 20 de noviembre se conmemoró el Día de la Soberanía, en homenaje a la Vuelta de Obligado, ese hecho de nuestra historia digno de imitar y que constituye un legado imperecedero para las actuales generaciones. Abrevemos en nuestras raíces, pensemos con criterio propio y en este mundo signado por el relativismo axiológico, seamos nosotros los protagonistas de nuestro destino. Mucho nos ha costado declinar nuestra soberanía, el camino es reivindicar los que nos ha hecho grande como Nación, no exenta de errores, pero siendo los argentinos los destinatarios y artífices de nuestro destino.
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