En un año, en sólo un año, Iván (6) aprendió a subirse a un ómnibus y a nadar. Paula (9) en ese mismo tiempo logró ir sola al baño y escribir su nombre. Y en ese lapso también Eduardo (6) hizo lo suyo: dejó de dar piñas y patadas a todo compañero, puerta y pared que se le cruzaba por el camino y se dedicó a dibujar. Los avances de estos tres chicos que asisten junto a otros tantos al Centro de Día Crecer (Rioja 1728) no son nada banales. "Son reales logros que pueden sufrir un retroceso profundo si el Estado sigue desentendiéndose de su asistencia", alerta Alicia Wirsch, una de las directoras de Crecer.
Uno de ellos es un afiliado del Pami, obra social que desde junio dejó de abonar sus prestaciones a estas entidades. Los otros dos son parte de los 300 discapacitados carenciados que en Rosario integran el sistema único. Un programa que depende económicamente de la Nación y del jefe de Gabinete, Chrystian Colombo. A nivel provincial, responde por esta iniciativa la Comisión de Discapacidad, a cargo de Domingo Esquivel.
Más allá de quién coordina el sistema, lo cierto es que docentes y padres, junto a los propios chicos, llevan realizadas ya 8 marchas reclamando los fondos que se les adeudan desde hace 9 meses. La mayoría tuvo como escenario la sede local de Gobernación, pero el último se realizó anteayer ante la delegación del Pami.
Cada miércoles la comunidad pide que no los dejen sin el programa, pero hasta ahora ningún funcionario nacional o provincial les dio una respuesta. "Hasta el 30 de diciembre seguiremos trabajando gracias a la voluntad de los profesionales. Pero ya no podemos sostenernos económicamente. Queremos que alguien, si es posible el propio gobernador Reutemann, dé la cara y nos diga por qué no se les da una mano a estos chicos", dijo Wirsch.
Antes y después
La importancia de que estos chicos asistan a centros especiales cobra sentido cuando se conoce de cerca el antes y después de sus historias personales: \* Iván padece el síndrome de Pradder Willis (una afección en el hipotálamo) y sufre hiperfagia, una patología por la que no puede parar de comer y que lo llevó a pesar casi 80 kilos. El nene vive con su mamá, una mujer viuda y jubilada de Pami.
Antes de entrar al centro, Iván vivía internado o encerrado en su casa debido al sobrepeso. No podía correr, jugar, ni subir a un ómnibus. "Desde que está acá bajó 5 kilos porque sigue una dieta y encontró otros intereses más allá de la comida. Le encanta contar historias, cuanto más truculentas, mejor", comenta Wirsch.
* Paula es una niñita psicótica y autista a la que hasta hace doce meses le costaba lograr el más mínimo contacto con la realidad. Ahora es prácticamente la recepcionista de Crecer. Apenas alguien abre la puerta, ella asoma la cabeza preguntando: "¿Cómo te llamás?". No le da pudor curiosear qué ropa lleva puesta el visitante, ni interrogarlo sobre si tiene o no un perro. Canta y pasea por todos los rincones: "Din, don, dan, din, don, dan", tararea en voz alta.
"Cuando llegó acá Paula se autoagredía, se arrancaba el pelo. No podía sostener una conversación breve. Ahora juega, le encanta disfrazarse. Sabe los colores y aprendió los números de 1 al 10", apunta la directora del centro Crecer.
* Eduardo sufre un retraso mental severo. Vive en un hogar familiar con su mamá y siete hermanos. Hasta hace unos meses los golpes eran para él la forma de pedir, agredir, hacerse ver y hasta de dar mimos. En fin, la forma de relacionarse con su entorno. "Se tiraba al suelo y pataleaba por cualquier cosa. No podía quedarse quieto, era hiperquinético", recuerda Wirsch al intentar explicar cómo el niño acababa con la paciencia del más tolerante. Ahora, no menos inquieto pero sí más calmo, Eduardo dibuja, le encanta dibujar. Y lo hace cada vez que mejor.