 |  | Editorial ¿Una lección aprendida?
 | Rosario, se lo ha dicho infinidad de veces, se cuida muy poco a sí misma. La ciudad -también se lo ha afirmado- carece de conciencia histórica y permite que su patrimonio edilicio sea devorado, impiadosamente, por intereses tan mezquinos como circunstanciales. Y ninguna de las dos frases dejaba de asentarse, hasta hoy, sobre una sólida base enclavada en los hechos. ¿O hace falta enumerar los casos más flagrantes de desinterés arquitectónico para fundamentar lo anteriormente escrito? Si se lo considera necesario, las grandes mansiones de Córdoba esquina Oroño y San Juan y Entre Ríos hace rato que se convirtieron en polvo, derruidas por la inconmovible picota; y cómo no recordar, también, la casona de Córdoba 1646, situada en lo que hoy día es el próspero Paseo del Siglo, y la Casa Tiscornia, ubicada en la misma calle, pero a la altura del 800, ambas hace ya tiempo demolidas. El tradicional y entrañable edificio de La Bola de Nieve -Laprida y Córdoba- parece haberse erigido, sin embargo, en el primer paso dado por la urbe en un camino que hasta ahora prácticamente no había recorrido con éxito: el del afecto por su propio pasado. Por esa razón, y esperando que su restauración constituya el primer eslabón de una cadena que ya no se corte, es que resulta imprescindible destacar el profundo sentido que tienen las obras de remozamiento recientemente iniciadas, actualmente en pleno desarrollo. El singular inmueble fue diseñado por un arquitecto de origen francés llamado Eduardo Le Monnier y en 1906 la construcción quedó concluida. Cuando los rosarinos de entonces pudieron contemplar los resultados del trabajo, descubrieron que se hallaban ante el edificio más alto de la ciudad puerto: desde la gallardía de sus seis pisos coronados por una singular bola blanca se presenciaba sin obstáculos de por medio la prolija geografía en damero de las calles, que iban a dar al río. Pero el tiempo pasó. Y pese a las tareas de remodelación de que fue objeto en 1982, La Bola de Nieve se hallaba en una situación de deterioro tal que bordeaba, incluso, el peligro. Ahora, esos riesgos se han diluido y el proyecto es regresar al testigo de noventa y cinco años de vida rosarina a su estado original, el del lejano año 1906. Además, de acuerdo con los dichos del secretario de Planeamiento municipal, el plan es producir refacciones en todos los edificios históricos que lo necesiten. Si así llegara a ser, tal como todos los indicios lo señalan, una importante lección habrá sido aprendida.
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