La final de la Copa del Mundo Italia 1990 y la de la Intercontinental de Clubes celebrada anteayer en Japón entregaron aristas análogas, no sólo por el hecho de aglutinar protagonistas similares sino también por el de concluir con un sabor amargo para ambas representaciones argentinas. En los dos casos, sendas formaciones alemanas (el seleccionado nacional, allá en el tiempo, y Bayern Munich anteayer mismo) se abrazaron a la gloria con el simple argumento de mostrar una actitud protagónica central, a despecho, aún, de equivocar los caminos hacia el arco rival y de desnudar sus limitaciones dentro del campo de juego. En el estadio Olímpico de Roma, hace poco más de diez años, el remendado equipo de Carlos Bilardo parecía tener controlado al equipo alemán hasta que apareció el árbitro Edgardo Codesal, quien creyó ver infracción en una entrada de Roberto Sensini sobre Rudi Vöeller. La ejecución del penal, de parte de Andreas Brehme, estableció el ajustado pero merecido 1 a 0. En el Nacional de Tokio, en tanto, un Boca disminuido con relación al conjunto que ganó la edición 2000 de la Intercontinental frente a Real Madrid, también coqueteó con la impericia rival hasta los minutos finales. Y ya en tiempo suplementario, el ghanés Samuel Kuffour metió el botín derecho para enviar a la red el balón, después de que el árbitro danés Kim Nielsen no reparara en una falta cometida a Clemente Rodríguez por el brasileño Giovane Elber, previa a la maniobra del gol. No obstante, la victoria de Bayern Munich merece escasas objeciones. Otras coincidencias: tanto Diego Maradona como Román Riquelme, los 10 en las ocasiones citadas, se retiraron de la cancha con idénticas sensaciones. Así, las lágrimas que no ocultaron ni uno ni otro estratega xeneize se erigieron en la mejor explicación de "ese dolor de ya no ser" (como en un tango triste) y de la sensación de poder decir que "se estuvo cerca", pese a que los desempeños de los equipos que son comparados (seleccionado de 1990 y Boca versión 2001) apenas superaron el calificativo de discreto en las dos finales. Una nueva similitud da cuenta de que los técnicos Carlos Bilardo como Carlos Bianchi estaban cumpliendo sus respectivas últimas horas al frente de ambos conjuntos analizados. Y los resultados, a la sazón el leiv motiv de los dos entrenadores apuntados, derivaron en el alejamiento de uno y, probablemente, en la salida -por convicción propia, es cierto- del otro. Entonces, los desenlaces de ambas películas (Italia 1990 e Intercontinental 2001) mostraron iguales contenidos para los representantes argentinos: impotencia, bronca y la serena convicción de que pese a no contar con el máximo potencial posible, el título estuvo al alcance de la mano. Aún cuando no hubiese sido merecido. (Télam)
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