Kabul. - Si el ex rey Zahir Shah regresara a Afganistán, debería atravesar un desierto de escombros para llegar a las ruinas a que ha quedado reducida su antigua residencia, el castillo Darulaman, que está a cinco kilómetros de la Plaza de los Mártires, en el oeste de Kabul. A derecha e izquierda de la carretera sólo se ven ruinas. Entre 1992 y 1996 fue uno de los principales escenarios de la guerra civil entre los grupos de mujahidin. Se ven casas sin ventanas, que parecen rostros sin ojos. Montañas de escombros en las que se ocultan minas y granadas. Una carretera salpicada de cráteres provocados por las bombas. Aquí trabaja Shirasuddin. Tiene ocho años, y con una pala echa polvo en los baches. "La gente me da dinero por ello", explica. "Reúno hasta 5.000 afganis al día". Su hermano Sabruddin, dos años menor, le ayuda. 5.000 afganis son unos 13 centavos de dólar. Con este dinero, su familia puede comprar un kilo de harina, o 60 gramos de carne. Shirasuddin tiene cuatro hermanos. Una familia de siete miembros necesitaría tres kilos de harina al día para realizar tres comidas, calcula Nayib, que trabaja como portero en un hotel. A ello habría que añadir dos kilos de arroz, 1,5 kilos de papas y verduras, además de aceite, cebollas, tomates, té y azúcar. Y petróleo o gas para cocinar. Todo ello suma 130.000 afganis (unos 3,5 dólares). El salario medio diario de un hombre en Kabul, si logra encontrar trabajo, oscila entre los 40.000 y 60.000 afganis. ¿Cómo logra comer con eso una familia? "Sólo comemos dos veces al día", explica Nayib. Tiene 52 años, pero parece que tuviera 70. "Mi hija está tan delgada que cuando por la noche comemos poco, al día siguiente, nada más levantarse, se desploma", relata.El caso es que en los mercados hay de todo, los niños transportan por toda la ciudad frutas y verduras en carretas. "Pero es demasiado caro", se queja Nayib. Sayed, un comerciante, ha colocado una radio portátil. Entre ruidos y chasquidos, se oye a lo lejos la voz del locutor de Londres, del programa en pashtún de la BBC. Sayed oye que la conferencia de Bonn acaba de empezar. Pero él tiene pocas esperanzas. "Nos gustaría poder volver a tener esperanza en algo", dice Sayed. Pero no se atreve ni a pensar en un nuevo comienzo, en la paz, en un gobierno estable o en la reconstrucción del país. No más guerra, sus esperanzas no van más allá de ese deseo. (DPA)
| |