Año CXXXV
 Nº 49.314
Rosario,
miércoles  28 de
noviembre de 2001
Min 15º
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Editorial
La audacia y la responsabilidad

Aunque largamente anticipado, tanto por la comunidad científica como por los medios de prensa, el anuncio resonó con la fuerza de un campanazo: una empresa estadounidense, la Advanced Cell Technology, había clonado un embrión humano. Se cruzaba, de tal modo, una ancestral frontera, y por primera vez el hombre demostraba que podía crearse a sí mismo por medios puramente mecánicos. Las reacciones que el asombroso suceso ha despertado aún no se acallan, pero el futuro promete un debate mucho más escabroso y apasionante, porque nuevamente la especie pondrá en juego, por un lado, la ampliación de todos sus horizontes materiales, y por otro, pavorosos riesgos que atañen a la esfera de la moral.
Claro que la discusión dista de resultar novedosa. La razón que sostiene el reciente -e inquietante- avance científico posee una validez incuestionable: se trata, sencillamente, de mejorar y prolongar la vida humana. Distintas y graves enfermedades degenerativas podrían encontrar un paliativo y hasta una potencial solución, desde el cáncer hasta los males de Parkinson y Alzheimer, a partir de lo que técnicamente se denomina desarrollo de una fuente de células madre, que el paciente no rechazaría porque serían idénticas a las suyas propias.
Del otro lado, sin que exista demasiada imaginación de por medio, se plantean las más morbosas y terribles posibilidades -palabra que, en este caso puntual, acaba de sustituir al vocablo "fantasías"-: entre ellas, la creación de un clon humano (es decir, de un ser exactamente igual a su modelo) es, tal vez, la más elementalmente pedestre. La Iglesia Católica y numerosos dirigentes políticos de todo el globo -entre quienes se destaca el presidente norteamericano- ya han expresado su más absoluto repudio y oposición al proyecto.
George W. Bush fue especialmente contundente: "La clonación humana está equivocada. Y punto", dijo, fiel a su estilo ajeno a las sutilezas. Lo que se discute, en última instancia, es si el embrión creado constituye un ser humano -una persona- o se trata de un simple "organismo", por carecer de sistema nervioso.
No resulta sencillo dar una respuesta única a tal interrogante, pero acaso corresponda recordar ciertas cosas. La primera de ellas es que el hombre nunca dejó de dar concretas aplicaciones prácticas a cada hallazgo científico; la segunda es que esa mezcla de curiosidad y determinación implica serios riesgos. El difícil equilibrio que se necesita debe producirse entre la audacia y la responsabilidad. Una tarea ciclópea, pero los objetivos, acaso, valgan la pena.


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