Año CXXXV
 Nº 49.311
Rosario,
domingo  25 de
noviembre de 2001
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Las Lecop, devaluación encubierta y abrepuertas para la inflación
Opinión: A la bancarrota, en cámara lenta

Antonio I. Margarit

Cuando nos hablan del "Estado" imaginamos algo complicado, lejano y poco amable que sirve para otorgarnos el documento nacional de identidad, cobrarnos multas e impuestos, atender hospitales que carecen de medicamentos, administrar pésimamente la obra social de jubilados, construir escuelas públicas con humedades por los cuatro costados y otorgar licencias para abrir un saloncillo de ventas en un local alquilado.
Pero el "Estado" también es lo que vemos por la noche en los noticieros televisivos: magnas giras presidenciales con numerosos invitados, sorpresivos impuestazos, aumentos de tarifas en servicios públicos según el costo de vida norteamericano, los peajes más caros del mundo, estériles debates parlamentarios y discursos detrás de una mesa Luis XV con la bandera nacional a la derecha del disertante.
Pero ahora olvidemos todo esto. El Estado, en realidad, es una cosa más sencilla. Son demasiados políticos que toman decisiones para gastar y miles de empleados públicos que se encargan de llevarlas a cabo. Todo lo que ellos disponen y hacen cuesta mucho dinero, tanto como 98.000 millones anuales. Y de eso se trata: únicamente dinero, cada vez más dinero. El Estado consigue su dinero del contribuyente. Fuera de él, nadie más le da recursos porque el Estado como tal no tiene nada, sus servicios son deplorables y es incapaz de ganarse sus ingresos ofreciendo algo que nadie demanda libremente.
Si el Estado no cobra suficientes impuestos, porque los ha elevado tanto que ha destruido a la mayoría de las empresas nacionales, entonces se endeuda. Es decir que se compromete a reunir ese dinero mediante los impuestos de los años posteriores.
En definitiva, los gastos del Estado sólo pueden cobrarse mediante los impuestos de hoy o los impuestos de mañana. No existe otra forma de financiarlo. Imaginemos un Estado que no cobre impuestos y supongamos que ese Estado quiere gastar dinero porque los políticos pretenden nombrar miles de correligionarios para mantener el aparato partidario. Puesto que no ingresa ningún impuesto, ese Estado imaginario se dirige a los banqueros en busca de fondos y ellos le responderán que no pueden concederle préstamos si no cobra impuestos, porque no podría pagar los intereses ni amortizar el capital prestado. Por eso, lo que ha propuesto el ministro de Economía al ofrecer como garantía de la reestructuración de la deuda la recaudación del impuesto al cheque es tragicómico.
De esa y otras recaudaciones se pagan los cupones de la deuda pública, de manera que es la única fuente para cumplir los compromisos. Además para que una garantía sea válida debe estar fuera del control del deudor, porque si no es así no sirve. Lo que verdaderamente importa a los acreedores es que el flujo de fondos futuros del gobierno argentino sea tan importante que la deuda pueda ser verdaderamente pagable después de abonar los sueldos a los empleados públicos, pagar a los jubilados como corresponde, abonar las cuentas de los proveedores y cancelar los certificados de las obras públicas en ejecución, como el puente Rosario-Victoria y el dragado del río Paraná.
Por lo tanto, el Estado sólo puede endeudarse si cobra impuestos por encima de los gastos corrientes, pero aparte de ellos no tiene absolutamente ningún otro ingreso genuino.

La quiebra del Estado
La quiebra del Estado es el proceso que estamos soportando estoicamente desde hace un tiempo. Se produce inexorablemente cuando el incremento de la recaudación impositiva es menor al monto de los intereses que deben pagarse y el Estado comienza a soportar pequeñas crisis de financiamiento. Si en ese preciso momento el gobierno no se anima a reducir el gasto público, sino que supera la crisis gracias a un creciente endeudamiento caerá en la tentación de creer que el crédito público no tiene límites y las deudas estatales se pondrán fuera de todo control. Este proceso comenzó a recorrerse hace años cuando se tomaba más deuda para cancelar unos intereses que eran cada vez mayores.
En esas circunstancias todo endeudamiento suplementario del Estado produjo desocupación porque el Estado creaba una demanda pública de la nada, es decir financiada con la ayuda del crédito y ese crédito le generó cada vez mayores intereses que, naturalmente eran ingresos no producidos por el trabajo ni la producción física. Cuando muchos comenzaron a vivir de rentas y no tuvieron que invertir en empresas, entonces se terminó por no trabajar y se destruyeron los puestos de trabajo. Pero los políticos comprendieron que los intereses se pagan con impuestos y como no quisieron reducir el gasto público se lanzaron a crear nuevos impuestos distorsivos que terminaron destruyendo las pocas empresas nacionales que seguían produciendo algo. A mayores impuestos hubo cada vez menor recaudación para pagar intereses incrementados y de esta forma el excesivo gasto público frenó el crecimiento económico y desde 1998 nos llevó a la recesión primero y a la depresión crónica después.
La quiebra del Estado puede producirse de diversas formas:
1º) El crac, que puede llegar repentinamente de la noche a la mañana cuando los ciudadanos escuchan el boletín de la hora del desayuno y se enteran que los títulos públicos se han convertido en papel pintado. Esto es lo que sucedió hace pocos años en México y más recientemente en Rusia.
2º) El deslizamiento, que se produce progresivamente, como en cámara lenta, cuando el Estado incumple sus obligaciones jurídicas en casos aislados que se van acumulando hasta que adquieren el carácter de una avalancha de insolvencia.
3º) El tapujo, que puede llegar en forma encubierta con disfraces más o menos conocidos como la emisión de los bonos de deuda pública, esto es patacones o Lecop, pagarés del Estado cuyo cobro es engorroso en comparación con las necesidades financieras totales porque ningún exportador extranjero los aceptaría para cobrar facturas de embarque.
Nuestro caso argentino está incluido en las dos últimas categorías: la bancarrota del Estado en cámara lenta y por tapujos. Se ha venido produciendo por etapas, desde el incumplimiento del pago de intereses, pasando al incumplimiento en la devolución de capital, el manotazo a las reservas bancarias que respaldan la convertibilidad, las maniobras consistentes en utilizar el Banco Nación para soslayar la prohibición de que el Banco Central no puede prestar dinero al Estado, la reducción compulsiva de los tipos de interés, la imposición de un período de gracia de tres años, el cambio de jurisdicción legal de los títulos sometiéndolos a tribunales argentinos, la modificación de la moneda en que está contraído el préstamo, el repudio y otras sutilezas por el estilo.
Pero la quiebra efectivamente fue anunciada cuando el presidente De la Rúa confesó que ya no conseguía acreedores financieros, es decir cuando nadie le prestaba más dinero y el crédito público argentino se había extinguido. El comunicado fue una bocanada de verdad en medio de tanta mentira, pero en lugar de obrar en consecuencia, reduciendo el gasto político, el gobierno decidió financiar el déficit mediante la emisión de bonos de la deuda: Lecop y patacones, que constituyen la prueba palpable de que el déficit sigue vivito y coleando. Como estos bonos cancelan obligaciones sin encarar la reforma administrativa del Estado, rápidamente el gobierno se verá obligado a aumentar el ritmo de emisión porque esos mismos bonos les serán devueltos como pago de impuestos y muchas empresas pretenderán utilizarlo para cancelar préstamos bancarios. Todo el mundo tratará de sacárselos de encima y allí está la madre del borrego.
Como los Lecop y patacones no sirven para pagar importaciones, ni préstamos internacionales, ni cancelar cuentas expresadas en pesos convertibles o en dólares, su cotización descenderá inexorablemente y entonces tendremos una devaluación oculta que deberán soportar aquellos que no tengan más remedio que aceptar bonos. De este modo se producirá una inflación en bonos juntamente con una estabilidad de precios en pesos convertibles. Así el gobierno de Fernando de la Rúa propiciará el retorno de la inflación que casi destruyó al país en 1989 bajo la presidencia de Raúl Alfonsín.
Nos hallamos pues ante la quiebra del Estado argentino por deslizamiento y con tapujos. Cada uno tiene que tomar sus providencias y mantenerse lo más líquido que sea posible y en la moneda más estable que consiga, porque como dicen los expertos: "Cash es la única estrategia frente al crac".


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