La región de Puno, sede de una de las culturas más importantes de la época preincaica, denominada Tiwanacu, fue la máxima expresión del antiguo pueblo Aymará, cuyos restos arqueológicos causan admiración.
Según la leyenda, el primer inca Manco Cápac y su esposa Mama Ocllo, emergieron del Lago Titikaka encomendados por su padre, el dios Sol, para fundar el Imperio de Tawantisuyo, que fue dividido en cuatro regiones: Chinchaysuyu, que comprendía la zona sur de Colombia, Ecuador y norte de Perú; el Qontisuyu que incluía las costas del Pacífico; al este, la zona andina denominada Antisuyu; y por último el Qollasuyu, que iba desde el lago Titikaka hasta aproximadamente Uspallata en Mendoza.
En esta ocasión haremos referencia a la zona sur o Qollasuyo. La antigua ciudad de Tiwanaku, también llamada Taykikala que en lengua aymará significa "piedra del centro", era la capital de un grupo de pueblos. Estas ruinas se encuentran ubicadas a 72 kilómetros de La Paz, Bolivia.
La edificación en su mayoría es de adobe deleznable. El material lítico se usó exclusivamente para los muros de construcciones más importantes. Esta fue una ciudad bien planificada, destacada por el hecho que los recintos obedecen a una orientación astronómica rigurosa según el norte geográfico. Procedimiento que demanda paciente observación, más aún existiendo conexión con el sistema meteorológico imperante.
La edificación más importante es el templo de Kalasasaya, que ocupa aproximadamente dos hectáreas. Se trata de una construcción terraplenada, rodeada de muros provistos de pilares monolíticos y cabezas clavas. Aquí se puede apreciar un sistema de canales de drenaje.
El acceso principal se halla al este donde subsiste una importante escalinata. Desde allí se puede observar el monolito Ponce, figura antropomorfa de tres metros de alto, totalmente esculpida con figuras.
Al este del templo se encuentra "la puerta del sol", monumento tallado en un solo bloque de andesita de tres metros de alto y cuatro de ancho. El frontispicio con figuras en bajo relieve, marcan con precisión los movimientos solares. Antiguamente, antes de la llegada de los españoles, estaba íntegramente recubierto en oro.
Entre la Cordillera Real y la Volcánica, se encuentra el lago Titikaka, al cual se puede acceder por dos vías diferentes. Por carretera, atravesando la localidad de Desaguadero, o por vía fluvial, desde Copacabana cruzando el estrecho de Tiquina. El encanto que proporciona este acceso tiene como protagonista el poblado de Copacabana, donde el viajero podrá observar las bendiciones dadas por machis (especie de sacerdotisas) y también por sacerdotes católicos, a automóviles y camiones para su protección, engalanados con guirnaldas multicolores de papel, en un clima de algarabía donde no faltan los petardos ni la cerveza.
Recorriendo las callejuelas se pueden encontrar artesanías en paja y platería, como también amuletos representativos de la Virgen de la Candelaria, cuya imagen es venerada en la Basílica, antiguo templo construido a fines del siglo XVI.
La máxima manifestación gastronómica está dada por las excepcionales truchas del lago, aderezadas con deliciosas salsas (muy picantes), que se pueden degustar en cualquiera de las palapas asentadas en la costa.
El Titikaka, lago navegable más alto del mundo, que comparte sus aguas con Perú y Bolivia, situado a 3.809 metros sobre el nivel del mar, imprime a la naturaleza una belleza nunca antes vista. En las zonas donde la depresión sobrepasa los 25 metros, el color es azul intenso y en las menos profundas tiene un verde diáfano dado por las plantas acuáticas.
Sus orillas alcanzan un perímetro de 1.100 kilómetros de costa, y en Perú se encuentra su mayor profundidad (284 metros frente a la isla de Soto). Su anillo circunlacustre está densamente poblado y es asiento de agricultura, ganadería y de una dinámica vida sociocultural.
Debido a las importantes áreas de vegetación lacustre y a la fauna del lugar, principalmente ornitológica, se ha delimitado a la zona norte y noroeste del lago como Reserva Nacional, con un conjunto de 36 islas, destacándose las de los Uros, Taquile y Amantani; teniendo en cuenta que el lago tiene una superficie de 6.560 km2.
Incursión lacustre
En un recorrido desde la costa boliviana, llegamos al puerto de la ciudad de Puno. Su espigón es testigo del diario surcar de lanchas y botes comandados por nautas isleños y peninsulares oriundos del lago, que agrupados en cooperativas, realizan viajes a las islas flotantes de los Uros y hacia las islas quechuas de Taquile y Amantani, o rumbo a la península de Capachica en cuyas riberas yacen hermosas playas andinas de arena fina y acogedor clima.
A 10 kilómetros del puerto de Puno se encuentran las islas flotantes de los Uros, construidas a base de totoras (junco), logrando consolidar un equilibrio especial que les permite vivir en medio del lago, adosando capas, una encima de otra, a medida que los estratos inferiores se van desintegrando.
Se dice que sus pobladores descienden de uno de los primeros grupos que habitaron el altiplano, pero cuando el lago creció ganando terreno, ellos sostuvieron su posición a pesar de las aguas.
Hoy tienen como actividad principal el desarrollo turístico, del mismo modo que la pesca y la taxidermia. Los ejemplares que allí se pescan son secados al sol para hacer harina, ya que al ser tan espinosos, no les sirve para el consumo. También han podido desarrollar destreza con la totora construyendo viviendas, balsas, artesanías y utilizándola como alimento, por su alto contenido de yodo.
El recién llegado, al desembarcar, tiene la sensación de estar caminando sobre un colchón inflable, tratando de mantener la estabilidad a partir de movimientos pendulares. Podrá también apreciar y comprar las hermosas artesanías, tejidos y tapices de lana que realizan los lugareños o bien dar un paseo en las balsas de totora alrededor de la isla, a precio muy accesible.
Desde allí, siguiendo la trayectoria y aproximadamente a una hora y media de viaje en lancha, se encuentra la isla Amantani, muy importante por su valor étnico y cultural. Su principal atractivo es la forma de vida y costumbres ancestrales, como también sus paisajes y zonas arqueológicas atribuidas a las culturas Tiwanacu e Inca.
La excursión a veces incluye la permanencia en la isla. Quizás, para el viajante ávido de aventura, le resulte una experiencia decepcionante, por cuanto podrá observar suscintamente su forma de vida. Mucho menos aún tendrá posibilidades de comunicarse, ya que en la isla sólo se dialoga en quechua y aymará, a excepción de los niños que conocen el español.
Las casas son bajas, con sus paredes de adobe, una alcoba designada para huéspedes y una estancia donde se toman los alimentos, separados de la familia. De todas modos, esta situación no inhabilita el poder disfrutar de sus exquisitas comidas típicas, preparadas a base de una gran variedad de papas, chuño (papa seca), maíz y caldos de quinua, básicamente, todo muy bien aderezado y combinado.
Luego de esta permanencia se puede visitar la isla Taquile. El valor paisajístico y sus fenómenos sociales, étnicos y culturales hacen de este rincón del mundo un atractivo incomparable. Una de las características principales de esta isla es la vestimenta de los hombres. Por tener influencias catalanas, utilizan sobre sus cabezas las famosas barretinas (gorros de lana con forma de manga cerrada), que ellos mismos tejen mientras deambulan, una escena realmente llamativa. Según su estado civil, se distinguen por sus colores, blancos o rojos, inclinados hacia la derecha o izquierda. Aquí también, aún se preservan antiguas tradiciones reflejadas en su manifestaciones costumbristas, religiosas y folclóricas.
El sonido del silencio
En un recorrido desde la costa boliviana, llegamos al puerto de la ciudad de Puno. Su espigón es testigo del diario surcar de lanchas y botes comandados por nautas isleños y peninsulares oriundos del lago, que agrupados en cooperativas, realizan viajes a las islas flotantes de los Uros y hacia las islas quechuas de Taquile y Amantani, o rumbo a la península de Capachica en cuyas riberas yacen hermosas playas andinas de arena fina y acogedor clima.
A 10 kilómetros del puerto de Puno se encuentran las islas flotantes de los Uros, construidas a base de totoras (junco), logrando consolidar un equilibrio especial que les permite vivir en medio del lago, adosando capas, una encima de otra, a medida que los estratos inferiores se van desintegrando.
Se dice que sus pobladores descienden de uno de los primeros grupos que habitaron el altiplano, pero cuando el lago creció ganando terreno, ellos sostuvieron su posición a pesar de las aguas.
Hoy tienen como actividad principal el desarrollo turístico, del mismo modo que la pesca y la taxidermia. Los ejemplares que allí se pescan son secados al sol para hacer harina, ya que al ser tan espinosos, no les sirve para el consumo. También han podido desarrollar destreza con la totora construyendo viviendas, balsas, artesanías y utilizándola como alimento, por su alto contenido de yodo.
El recién llegado, al desembarcar, tiene la sensación de estar caminando sobre un colchón inflable, tratando de mantener la estabilidad a partir de movimientos pendulares. Podrá también apreciar y comprar las hermosas artesanías, tejidos y tapices de lana que realizan los lugareños o bien dar un paseo en las balsas de totora alrededor de la isla, a precio muy accesible.
Desde allí, siguiendo la trayectoria y aproximadamente a una hora y media de viaje en lancha, se encuentra la isla Amantani, muy importante por su valor étnico y cultural. Su principal atractivo es la forma de vida y costumbres ancestrales, como también sus paisajes y zonas arqueológicas atribuidas a las culturas Tiwanacu e Inca.
La excursión a veces incluye la permanencia en la isla. Quizás, para el viajante ávido de aventura, le resulte una experiencia decepcionante, por cuanto podrá observar suscintamente su forma de vida. Mucho menos aún tendrá posibilidades de comunicarse, ya que en la isla sólo se dialoga en quechua y aymará, a excepción de los niños que conocen el español.
Las casas son bajas, con sus paredes de adobe, una alcoba designada para huéspedes y una estancia donde se toman los alimentos, separados de la familia. De todas modos, esta situación no inhabilita el poder disfrutar de sus exquisitas comidas típicas, preparadas a base de una gran variedad de papas, chuño (papa seca), maíz y caldos de quinua, básicamente, todo muy bien aderezado y combinado.
Luego de esta permanencia se puede visitar la isla Taquile. El valor paisajístico y sus fenómenos sociales, étnicos y culturales hacen de este rincón del mundo un atractivo incomparable. Una de las características principales de esta isla es la vestimenta de los hombres. Por tener influencias catalanas, utilizan sobre sus cabezas las famosas barretinas (gorros de lana con forma de manga cerrada), que ellos mismos tejen mientras deambulan, una escena realmente llamativa. Según su estado civil, se distinguen por sus colores, blancos o rojos, inclinados hacia la derecha o izquierda. Aquí también, aún se preservan antiguas tradiciones reflejadas en su manifestaciones costumbristas, religiosas y folclóricas.